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ENTRE YAS Y TODAVÍAS (II Y ÚLTIMA )
El problema de los protagonistas de Efectos secundarios no consiste tanto en responder convincentemente las preguntas de sesgo semiontológico a las que se sienten compelidos --¿soy quien creí que sería?, ¿por qué no cumplí mis sueños?, ¿he desperdiciado todo este tiempo?, etcétera--, ni siquiera en virtud de lo que como espectadores somos obligados a visualizar como su envejecimiento inescapable. El verdadero problema radica más bien en el perfil que como personajes se les ha conferido a dichos protagonistas, así como en los hechos que ejecutan o en los cuales toman parte. Si uno consigue no es nada difícil--, mirarlos exactamente como lo que son, es decir como un par más de ex alumnos de preparatoria que van a una reunión hecha para quemarle incienso a la nostalgia, resulta que son igual de inmaduros que el resto; que como ese resto conservan, acaso corregidos y aumentados, los rasgos de una personalidad que ya estaba definida desde los dieciocho, y que nada de lo que hagan en el futuro será esencialmente distinto de lo que han llevado a cabo hasta ese momento. Esa y ninguna otra puede ser la lectura de aquello que vemos: un casi ahogamiento en una alberca, un tobillo fracturado, un atropellamiento accidental, una escultura siempre inconclusa, la reincidencia en el consumo de drogas
ya sucedieron en el tiempo prediegético y ahora vuelven a suceder; como en la vez originaria, de nuevo son determinantes para la vida de los personajes; y como entonces, sujeto y objeto de cada acción son incapaces hasta del intento por desmarcarse de lo que pareciera ser un pequeño y personal destino manifiesto. Esa también parece ser la propuesta y la intención de la directora: sugerir la condición incanjeable de quien uno es a partir de cierto punto de su desarrollo personal, un poco como si aquella máxima según la cual "infancia es destino" sólo se recorriera cronológicamente unos cuantos años y pudiera o tuviera que decirse que "adolescencia es futuro".
EL AZAR NECESARIO
Escenas de Efectos secundarios |
Este ser capaz de tropezarse innumerables veces con la misma piedra, reiterado a lo largo de toda la película, sería más plausible si no hubiese sido puesto en práctica a través de sucesos prácticamente calcados, o si no dependiera por completo de la casualidad y del azar. Estos dos conceptos son, por cierto, el último trasfondo de una trama que valiéndose de ellos quiere justificarse: Marina e Ignacio otro personaje cuya pinta y modos hacen de él un perfecto modelo del rebelde asimilado--, hablan de probabilidades y estadísticas desmentidas precisamente por la verificación de la casualidad que quiere reunirlos como pareja y lo consigue, hazaña no lograda ni siquiera por la confesión directa de ella y su reiterada petición a un Ignacio que abandona su escepticismo también a golpes de azar y de señales.
Más redondo, logrado y memorable resulta el cuarto personaje involucrado, aunque las necesidades de la trama no le permiten asumir todo su peso dramático sino a mediados de la cinta: Mimí, la que dos veces se fastidia el tobillo por culpa de las bromas pesadas de sus compañeros, luego ex, en particular Adán, para vengarse del cual deja de ser sólo la hija de mamá gallina, la dulce tonta que quiere ser actriz, y se vuelve un ser híbrido de torpeza ñoña y de maldad ingenua, combinación interesante que le da a la cinta buena cantidad de sus mejores momentos. Al sumar el mundo de peluches y frustraciones, la tentación escapista de las drogas, el trabajo innoble como botarga de mal programa para niños y la resignación a seguir de casting en casting, en Mimí se tiene un personaje con méritos bastantes para ser protagonista de la que, sin duda, sería muy otra película.
PERO ESTA ES ESTA
Efectos secundarios no es, como por momentos pudo serlo, un fresco de personalidades forjadas hacia finales de la década de los ochenta o principios de los noventa, vistas a través de un lente contemporáneo. Nada de eso, sino un alegato en clave primero nostálgica y luego buena onda, a favor de quienes --como Marina y Adán pero también como Ignacio y Mimí--, si ya no son chavos, están más que dispuestos a seguir siéndolo; intención rubricada con la retahíla que, a manera de moraleja, la voz en off de Marina descerraja para que todos comprendamos lo importante que es ser joven, como si las únicas opciones fueran ser anciano o estar muerto, cerrándose así un círculo que se abrió al inicio de la cinta, cuando Adán llama "vieja" a Marina sólo porque al otro día cumplirá tres décadas de edad.
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