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Fontanarrosa: mucho más que un humorista
Alejandro Michelena
Ante una pregunta tonta, en una de las tantas entrevistas que se le hicieran –algo así como “¿qué opina del Cielo?”, en obvia referencia religiosa–, Roberto Fontanarrosa dio una respuesta inesperada pero genial: “¿El Cielo... A mí me basta con un bar y una cancha de futbol.” En varias notas aparecidas a propósito de su muerte el pasado 19 de julio, se recordó esa frase antológica, tal vez porque muestra lo esencial, lo más entrañablemente humano, de uno de los creadores de historietas más relevantes del último medio siglo.
Nacido en Rosario de Santa Fe, allí vivió durante toda su vida. Cuando sus personajes –el impagable Inodoro Pereira y el implacable Boogie el Aceitoso– lo hicieron notorio, no se la creyó, porque sabía que “la fama es puro cuento”. Así fue que siguió frecuentando como siempre lo había hecho el bar El Cairo para reunirse con la barra de amigos, y no dejó de ir a las canchas los domingos para hinchar por su querido Rosario Central.
Comenzó a publicar dibujos en la revista rosarina Boom a finales de los sesenta, pero cuando realmente se hizo notar fue en la célebre publicación cordobesa Hortensia a partir de 1970. Allí perfiló sus personajes más conocidos, que luego pasarían a popularizarse de manera rotunda al llegar a las páginas de Clarín . Más adelante sus historietas se iban a difundir en publicaciones de México, Colombia y España. El humorista de Rosario ha confesado algunas pocas influencias. Por un lado el norteamericano Roy Crane, autor de Pepe Dinamita, a quien admiraba. Y también –esto se nota más claramente– el italiano Hugo Pratt.
El Negro Fontanarrosa fue por sobre todo un humorista de los buenos. Pero ese humor estaba cimentado en un dibujo original y refinado, de una fuerza expresiva y una intensidad poco habituales en el género. Por detrás, redondeando su trabajo: los impecables libretos, que denunciaban que el hacedor de cómics escondía un narrador maduro y firme.
Todo esto está presente en la disfrutable saga –cargada de tintes surrealistas– de Inodoro Pereira, el Renegau. Y también en ese homenaje visual y parodial a las novelas policiales duras que es Boogie el Aceitoso. Pero donde más quedan en evidencia las virtudes combinadas –plásticas y conceptuales– de Fontanarrosa, es en las viñetas de un solo cuadro que durante años publicara en la última página de Clarín , muchas de ellas, ejemplos de sabiduría filosófica en clave de humor.
Las historietas y dibujos del rosarino tuvieron su fiel difusor en libro: Daniel Divinsky y sus Ediciones De la Flor. Allí mismo, acicateado por el infatigable Divinsky, el Negro se animó a publicar sus cuentos. Fueron en primera instancia dos volúmenes: Fontanarrosa se la cuenta y Los trenes matan a los autos . Más adelante vendría El mundo ha vivido equivocado y después los libros de cuentos sobre el futbol, y aquel texto antológico: 19 de diciembre de 1971 . Precisamente las canchas y el bar son escenarios recurrentes en muchos de estos relatos, y sus personajes reflejan de manera certera los tipos populares. Aparte del impecable estilo, los cuentos de Fontanarrosa tienen esa intuición evidenciada en los diálogos y situaciones, además –no podía ser de otra forma– de un sentido del humor insuperable.
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