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Remotas reflexiones sobre un informante
que no nos informó absolutamente nada
El ritual parecía muerto, pero lo resucitaron. Entretanto, de los pasillos de Gobernación salió la orden que un lambiscón cumplió gustoso: censuren el discurso disidente de la perredista presidenta del Congreso. Y en pleno siglo XXI.
Lo vimos –más bien de pronto no pudimos ver nada– y no lo podíamos creer. Si no fuera lo que en realidad significa, estaríamos riendo porque el patetismo engendra humor involuntario. Pero sabemos de dónde viene la estupidez de la censura: conocemos la trayectoria, las opiniones y actitudes de quien fue represor como gobernador y no iba a ser distinto como secretario de Gobernación. Es fácil imaginar que la derecha babea, golosa, ante la posibilidad de silenciar a la izquierda. Es además de todo triste, muy triste, que se insulte la inteligencia de la gente aduciendo después que todo se trató de un terrible error, de un tropezón, un minúsculo gazapo, disculpe usted.
La televisión resucitó al monstruo: el anacrónico, indeseable, desaseado contubernio gubernamental de la censura. Hay que evadir la realidad, que sea otro el país. No importa –nunca ha sido importante– registrar esa realidad, sino construir la otra, confeccionada a la medida, que sea la que dicta el poder: acallar al otro, reducirlo a nada, a manoteo violento, a sombrerazo de impotencia, a ceniza, migaja, minucia porque la mordaza en quien reclama, puesto que el poder y la televisión se arrogan y ejercen la capacidad deífica de construir su realidad, es ceguera en quien atestigua. Es fácil, según ellos, lograr que el pueblo mire a otro lado, a otra cosa que no sea eso que dicen los disidentes, los rijosos, los enemigos del régimen que son, desde luego en su lógica de anuncio de detergente, enemigos de México. Los que no son ellos ni quieren lo que quieren ellos. La medida de esa realidad cocinada con sal al gusto es precisamente silenciar la divergencia, emparedar el disenso, un salinista no ver ni oír para privilegiar una homogeneidad falsa por encima de la heterogeneidad, porque resulta incómoda al poder y sus aliados como el clero católico ultraconservador, la banca, los empresarios que hoy también son políticos a cualquier costo, mientras el costo no lo asuman ellos.
Foto: Cortesía de www3.diputados.gob.mx |
Como en los tiempos más ásperos del autoritarismo, como si estuviésemos en la década de 1960, ante la ridiculez del rito presidencialista que supone el informe de gobierno del primer burócrata del país, el torpe manejo del discurso refractario al régimen, de la presidenta de la Cámara de Diputados, sólo fue diferente en que en lugar de ver a cuadro a Jacobo Zabludovsky diciéndonos lo bien que va todo, tuvimos a Diane Pérez. La misma empleada de Televisa, por cierto, que cuando Calderón Hinojosa a empellones y por trasera portezuela apareció en tribuna para la ceremonia de relevo en que por fin vimos largarse a Vicente Fox, a pesar de los jaloneos, de los gritos, de los empujones, de las claras, clarísimas muestras de enojo de muchos legisladores, a pesar de las manifestaciones multitudinarias de repudio, de reclamo, de indignación, tuvo el cínico arrojo de decir “qué transición tan tersa tuvimos…”
Frente a la dignidad de quienes abandonaron el recinto congresual antes de que llegara Felipe Calderón a “rendir” su primer informe de trabajo (que será sin duda un escueto manojo de papeles casi en blanco), ¿qué vimos en la televisión, en todas las televisoras que controla el gobierno? ¿Cómo debemos interpretar el enjambre de guaruras que llevó al hombrecillo superlativo a pisar la alfombra del Congreso durante tres o cuatro minutos? ¿Qué lectura debemos dar a las imágenes de esa tropa de lacayos aplaudiendo su presencia, tal que si los hubieran sacado de una socarrona crónica setentera escrita por Marco Almazán? ¿Se trató de un nuevo ardid propagandístico similar al montaje que nos entregó a un Felipe Calderón con cachucha militar ridículamente grande para su cabecita, repartiendo ayuda a los damnificados por el paso de un ciclón? ¿O es apenas otra onerosa revancha con cargo al gasto público, sacarse la espinita la Presidencia, una exhibición de musculatura, de “el jefe soy yo, el supremo”? ¿Una revitalizada demostración de omnisciencia y poderío para poder corear, con vigoroso triunfalismo, sí-se-pudo, sí-se-pudo?
No es amable el futuro. Gobierno que es incapaz de respetar el diferendo con interlocución es capaz de cualquier estupidez, de cualquier atropello, de llevarse al país entre las pezuñas otra vez por las retorcidas rutas del maquillaje, la simulación y el escapismo.
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