Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de septiembre de 2007 Num: 655

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Fontanarrosa: mucho más que un humorista
ALEJANDRO MICHELENA

Ruinas
TAKIS VARVITSIOTIS

El otro regreso de José Gorostiza
EVODIO ESCALANTE

Michelangelo Antonioni: Blow Up de ida y vuelta
RICARDO BADA

Actualidad de Antonioni
CARLOS BONFIL

Antonioni-Hancock. ’66 Blowup Jazz
ROBERTO GARZA ITURBIDE

Los idiomas del poema
RICARDO VENEGAS Entrevista con EDUARDO CASAR

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Columnas:
La Casa Sosegada
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El otro regreso de José Gorostiza

Evodio Escalante

Todo indica que estamos obligados a celebrar la aparición de un nuevo libro de José Gorostiza, no importa que se trate como ya se adivina de una recopilación. Lo primero que hay que decir de esta Poesía y prosa , de José Gorostiza, con textos reunidos por Miguel Capistrán y Jaime Labastida (México, Siglo XXI Editores, 2007), es que permite leer por primera vez a todo Gorostiza de un solo jalón. Esta es ya de por sí una aportación significativa. Cuesta trabajo creer que hayan tenido que transcurrir cuarenta años de la desaparición física de su autor para que al fin esta posibilidad de lectura esté al alcance de los devotos de quien la crítica considera como el más profundo de los poetas mexicanos del siglo xx . “Lo verdadero es el todo”, decía Hegel, y me parece claro que tener a la vista los diversos textos en prosa de Gorostiza puede aportar más de una pista para comprender el clima emocional e intelectual del que surgió ese poema descomunal que es Muerte sin fin , también incluido por supuesto en esta edición, siguiendo además el minucioso establecimiento del texto que se debe al fallecido Arturo Cantú. También resulta de interés destacar que esta edición incorpora diversos textos de Gorostiza que nunca antes habían sido recogidos en libro, entre ellos lo que para mí es una novedad absoluta, y por lo demás llena de consecuencias, una “Declaración de fe poética”, breve pero a la vez extraordinario texto en prosa de apenas tres párrafos que, adelanto la hipótesis, parece estar vinculado de manera directa con la escritura del gran poema y que en este sentido tendría que ser leído en paralelo con las famosas “Notas sobre poesía” que su autor leyera al ingresar a la Academia de la Lengua. En paralelo y hasta quizás otorgándole una mayor relevancia, pues entre la publicación original del poema (1939) y el discurso de ingreso a la Academia (1955) hay la distancia de poco más de quince años, mientras que el nuevo texto que se debe a un descubrimiento de Martha Gorostiza, la hija del poeta, tiene todos los visos de ser en todo y por todo contemporáneo o inmediatamente anterior a la composición de Muerte sin fin , cuya estructura de algún modo adelanta y explica. La importancia de este hallazgo es que en él se condensa de manera pasmosa, por decirlo así, la filosofía del poema.

No está por demás recordar que algunos de los textos más densos de la tradición literaria y filosófica de Occidente son tan breves como este hallazgo de Gorostiza. El “Monólogo”, de Novalis, de una increíble profundidad especulativa, consta de un solo párrafo. “Juicio y ser”, un notable texto de Hölderlin del que Hegel supo sacar provecho, no tiene más de cinco párrafos. Los tres soberbios párrafos de esta “Declaración de fe poética” equivalen de hecho a un silogismo, cada uno de cuyos términos, me parece indudable, remite de modo directo a algún determinado pasaje de Muerte sin fin . La premisa mayor comienza equiparando a la poesía con el agua, y explica que ésta se deja atraer hacia su propia hondura y gracia: “Su problema es el de la gravedad, como el del ángel caído.” Imposible no asociar este enunciado al poderoso incipit del poema en el que se declara que el agua es tan sólo “un tumbo inmarcesible,/ un desplome de ángeles caídos/ a la delicia intacta de su peso.” El tema inicial es, pues, el de la poesía.

El segundo párrafo (y término medio del silogismo) inicia con esta definición tajante: “El hombre, medida de todas las cosas, es vaso de poesía. Él sí puede extraviarse.” Además de a Protágoras, el filósofo presocrático, la figura remite por supuesto a la recurrente imagen del vaso de agua, central en la estructura del poema. Contra lo que muchos comentaristas han sugerido, incluyendo al propio Jaime Labastida, en este texto el vaso no es una metáfora de Dios, sino de modo restrictivo del hombre y de su finitud, de la que arrancan todos sus tropiezos. Al menos, así lo establece este esbozo teorético.

El tercer y último párrafo concluye con esta declaración que equivale para mi gusto a una epifanía: “El hombre está perdido en medio de un diluvio de luz. Dejémosle tentalear y rescatarse.” Esta sentencia también encuentra su correlato en varios pasajes del poema, aquellos en los que se dice: “Pero en las zonas ínfimas del ojo/ no ocurre nada, no, sólo esta luz.” Contra las lecturas “artepuristas” o negativistas del poema que se dejan impresionar por el inicio del verso y que concluyen que literalmente no ocurre nada en el mundo, y que por lo tanto no hay nada que contar acerca de él, como aseguran Ramón Xirau y otros diversos exegetas del poema, en mi libro José Gorostiza. Entre la redención y la catástrofe afirmé que lo que imperaba en estos versos era un recurso irónico modesto, gracias al cual se dice lo más por lo menos, y que en realidad Gorostiza lo que daba a entender era la maravilla de esta “apenas luz” que es la que disfrutamos todos los mortales durante nuestra deriva aquí en la tierra. Esta prosa recién descubierta de Gorostiza confirma que mi lectura era correcta, y revela que Gorostiza, pese a su modestia suprema, no era tan pesimista como suponen muchos de sus intérpretes más famosos. “El hombre está perdido en medio de un diluvio de luz.” El problema es que no lo sabe, que no se da cuenta de ello. El lado positivo de Gorostiza estriba en mantener que el hombre tiene la posibilidad de rescatarse de este estado de pérdida, y que puede hacerlo, no importa que tentaleando, escapando con ello a las tinieblas de su existencia.

Lo único peor que unas obras completas, decía Borges, son unas obras demasiado completas. Aunque saludo con alegría la aparición de este libro, que incorpora, como he dicho, varios inéditos, debo decir que yo hubiera eliminado la sección de Poemas de juventud, todos ellos textos muy primerizos y alguno hasta lacrimógeno (por algo su autor nunca los recogió en libro), así como el oficioso informe burocrático que a petición del ingeniero Alberto Pani y del arquitecto Federico Mariscal (responsables de la conclusión de la obra) elaborara Gorostiza en 1934 para contar la historia de la construcción del Palacio de Bellas Artes, incluido este último debido a una sugerencia de Labastida, otrora funcionario del inba . Este documento se prolonga a lo largo de cien páginas y, excuso decirlo, no tiene nada que hacer en una recopilación atenta exclusivamente a los valores literarios de Gorostiza.

Dos prólogos enmarcan esta nueva recopilación. El primero es una Nota editorial firmada por Capistrán en el que explora con cuidado y detalle la relación del poema de Gorostiza con el “Canto a un dios mineral” de su gran amigo Jorge Cuesta, las probables influencias de la poesía de la generación del '27, así como otros avatares que tienen que ver con el hombre de letras y también de teatro que fue Gorostiza. Siempre acucioso, el investigador Miguel Capistrán (a quien mucho deben las letras mexicanas) se ocupa también de alguna sonada polémica literaria en las que se vio envuelto el autor, de su desventurada participación en el asunto que llevó a tribunales a la revista Examen , así como de sus relaciones con el diplomático y escritor Alfonso Reyes, del que esta recopilación incluye algunas cartas y la “contestación” al que fuera el discurso de ingreso de Gorostiza a la Academia de la Lengua. Por su lado, Jaime Labastida, en su papel de filólogo y erudito, aporta un análisis de la poesía del autor que empieza trastabillando al postular sin chistar que “Tiene un sabor de sal mi pensamiento”, y “Rubio pastor de barcas pescadoras”, versos del joven Gorostiza de las Canciones para cantar en las barcas (1925), serían ambos endecasílabos yámbicos. Esta afirmación, en rigor, no podría sostenerse. Por lo demás, Labastida aprovecha su función de prologuista para retomar y exponer de nuevo, es cierto que introduciendo leves variantes, la interpretación acerca de Muerte sin fin que dio a conocer desde finales de los años sesenta en su antología titulada El amor, el sueño y la muerte en la poesía mexicana , y que ha reiterado en algún otro lugar. Según la original lectura de Labastida, la inteligencia divina le habría aconsejado a Dios que se abstuviera de crear el mundo… y éste, al fin, ¡le habría hecho caso! Por ello, el poema de Gorostiza sería, según esto, una formidable contrateodicea. Esto es: lo contrario de una creación del mundo a partir de la palabra divina. Sostiene Labastida: “Acaso Dios pueda volver a soñar el mundo y emitir otra vez su palabra; pero, si lo hiciera, debería soñarlo o pensarlo mejor. El poema es, por eso mismo, blasfematorio.”

No me cuesta trabajo reconocer que la versión de Labastida puede ser interesante y que sin duda concuerda con una atmósfera de nihilismo ambiente que no se atreve a decir su nombre. A mí me parece unilateral, y que carga las tintas hacia un solo lado de la disyunción general que postula el poema. Cualquiera que sea la suerte de esta interpretación, lo que sí me parece lamentable es que Labastida no haga en ningún momento mención del admirable texto en prosa a que me referí antes. Es como si el prologuista desconociera él mismo los materiales que integran el libro que aparece bajo su corresponsabilidad. Al ignorar esta “Declaración de fe poética”, quizá de manera involuntaria el autor está reconociendo que lo que Gorostiza atreve en este texto desmiente de algún modo el corazón de su propuesta interpretativa. Es la única opción que se me ocurre para entender lo que de otra forma sería una omisión inexplicable.