Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
El interminable éxito de Disney
ALEJANDRO MICHELENA
Vivir en otra lengua
RICARDO BADA
Rubén Bonifaz Nuño a los ochenta y cinco
RENÉ AVILÉS FABILA
Bonifaz Nuño en Nueva York en 1982
MARCO ANTONIO CAMPOS
Poema
RUBÉN BONIFAZ NUÑO
Dos ciudades, un boleto
JESÚS VICENTE GARCÍA
Leer
Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES
Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR
Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO
Cabezalcubo
JORGE MOCH
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
Ana García Bergua
De paseo
Este amigo viene a entrevistarme y sin embargo lo veo muy alterado, preocupado al punto de que casi casi prefiero entrevistarlo yo. Me cuenta que hace días decidió dar un paseo por Reforma, tan bonita nuestra avenida, tan turística y, como a tantos, le cayó el chahuiztle: unos tipos lo agarraron, lo amenazaron y lo llevaron de paseo otra vez, pero esta vez en mala onda. De bar en bar, de antro en antro, los tipos pedían tragos y también una sustancia inidentificable que se vendía en aquellos lares bajo el rubro de “servicios al cliente” o algo así, y él pagaba con su tarjeta de crédito, ésa que ya sabemos que no hay que cargar, pero qué se le hace, él sólo quería dar un paseo por tan bonita calle, tan llena de estatuas, con su ángel protector de doradas alas, o será que el ángel de Reforma también se está escapando y nos dice “váyanse de esta ciudad, muchachos, a mí ya casi me roban la diadema y me despluman”.
Hasta eso los tipos eran simpáticos, me decía, y él, obediente y aterrorizado, amante de su vida como todos, firmaba los vouchers, firme y firme de un sitio a otro, pues ¿qué iba a hacer?, por debajo de la mesa lo amagaban con sus armas: simpáticos pero siniestros, como seguramente lo serán todos ellos que nos han declarado su guerrita a nosotros los pacientes, los tarados, los que sólo pasamos por ahí y trabajamos cuando se puede y a veces –ya sólo a veces– paseamos. Y todo fue bien para los tipos, hasta que se acabó el crédito, ése que los bancos ofrecen a diestra siniestra, y acabado el crédito, frustrada la química y permanente euforia, los tipos lo agarraron a golpes, a él y a un pobre mesero que no surtió la anhelada sustancia, y él pensó que casi se iba a morir. Por suerte no fue así y se lo pudo contar a quienes conocía, incluso a mí, a otra tecleadora, qué le hacemos, y a nadie más, imposible contárselo a un policía, ni Ministerio Público ni cosa por el estilo, imposible e inútil o hasta peligroso, Dios nos guarde, que tal que uno de los tipos fuera un policía, San Asaltado Mártir nos agarre confesados (y aunque sea con un dinerito para ofrecer a los señores ladrones urgidos de sustancias, protegidos por quién sabe qué autoridad, abastecidos por esos lugares que por lo visto cuentan con suministro seguro que incluso declaran a nuestra Santísima Señora Secretaría de Hacienda bajo el rubro de servicios al cliente o cosas así). Y yo que no quería hablar del hombre de traje de pana color crema –un atuendo inolvidable– que en un cajero me engañó y me birló mis morlacos, para no regalarle además el espacio de esta su columna a ésos que en vez de exigir trabajo la emprenden contra el que pasa por ahí, pero lo que le sucedió al amigo, y a este otro amigo y a aquél también, a tantos ya, me hizo pensar que mejor sería compartirlo con ustedes, a quienes de paso saludo y deseo cuantos bienes haya en esta Tierra, incluido el de no ser amagados o asaltados, cosa que ya es para atesorar: Virgencita chula, gracias porque salí y ni quién se fijara en mí, y amén. Porque así como se ve, el amigo no se acaba de recuperar, traumatizado por el trauma y los traumatismos que le aplicaron los energumenos y qué le hacemos, señores, qué vamos a hacer, no hay quién nos proteja, y luego dicen que aquel era un peligro para México, pues yo veo ahora todo muy peligroso en México, no sé ustedes, pero supongo que todo es cosa de cómo alucinamos el vaso con la sustancia que nos dan en el bar: medio lleno o medio vacío (y entonces agarramos a trancazos al compañero que paga, aún a su pesar). Si ya hasta aviones nos pueden caer en la cabeza.
Hace poco, un taxista me decía que ojalá y todos fueran como yo, porque me fijé en que trajera su placa de taxista –y además en que tuviera cara de buena gente y la identificación y el rosario y la estampa a San Juditas para las causas perdidas, es decir todas, aunque todo eso no se lo dije. Y en el duelo de desconfianzas y temblorinas mutuas por habernos adoptado así como así, en la calle, el taxista y yo, pensaba en el libro terrible de Vasili Grossman, Vida y destino, en aquellas vidas amenazadas por los totalitarismos, cualquiera de ellos, en aquellos seres que vivieron y murieron presos del terror entre dos guerras, y me imaginaba que los mexicanos empezamos a sentirnos eso, presos. Dice Grossman que el fascismo necesita de la violencia: ¿no es una especie de fascismo el estar todos sujetos a la violencia, no poder salir a la calle, dar un paseo? Bueno, bueno, ya sé, toda proporción guardada, pero carajo, qué susto.
|