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Top Gear
Top Gear (cuya traducción idiomática sería Marcha a tope, pero como que no suena muy bien y habría de ser traducido como A toda velocidad) es un programa inglés, transmitido en México en la señal de bbc Entertainment, que no trata más que de autos. A mí ver autos me resulta entretenido por no más de diez o quince minutos, y en cambio Top Gear se emite en dos episodios de media hora, es decir, toda una hora de ver coches. ¿Aburrido? Nunca. Top Gear, a pesar de lo árido de su materia –coches, especificaciones técnicas, medición de tiempos de recorrido en una pista de pruebas– es sin embargo uno de los programas con mayor audiencia en Inglaterra y con nada despreciables –y en todos los casos crecientes– cuotas de teleaudiencia en cada país donde se ha transmitido. Con enormes índices de rating, uno se pregunta si tanto éxito radica en que lo presentan bellas modelos en tanga, o si de plano los conductores son como Brad Pitts del asfalto, puesto que a pesar de ser un programa monotemático y de tradición masculina es sintonizado por millones de mujeres. No. Se trata de una fórmula simple a la que aspiran todos los programas del mundo, pero muy pocos logran poner en práctica: buena conducción y mucho presupuesto. Top Gear tiene varias virtudes de conducción: No se trata de un solo “dueño” del programa que se arrogue una autoridad impepinable o la voz cantante, lo que lo convertiría en un sobado monólogo de puro aburrimiento automotriz, sino que son tres las voces que desentonan, disienten, discuten: primero está un viejo conocido de los medios en el tema del automovilismo deportivo en Inglaterra, a la sazón un país con una de las mayores tradiciones automovilísticas del mundo (como Alemania, Francia, Japón o Estados Unidos): Jeremy Clarkson, de vena bromista muy inglesa, a veces indescifrable y casi siempre de talante abusivo con sus compañeros. Huelga decir que el tipo mide dos metros. Luego está el ingrediente entusiasta, otro periodista del automovilismo con muchas tablas y fanático chovinista de las marcas inglesas Land Rover y Morgan, lo que lo somete a no pocas puyas de sus coequiperos, Richard Hammond alias el Hámster, y por último –materialmente, porque suele llegar último en las competencias que organizan entre ellos aunque parece hacerlo adrede– el caballero inglés del trío, un pianista virtuoso y viejo reportero del automovilismo europeo, James May, pausado contrapeso a la velocidad desbocada de los otros dos. El chiste de Top Gear está, además de la dinámica entre sus tres conductores, en que es el único programa sobre autos en el mundo donde todos, prácticamente todos los fabricantes del orbe, someten sus vehículos al escrutinio público, desde un minúsculo Fiat Panda hasta una bestia de doce o dieciséis cilindros, como el Bugatti Veyron, el automóvil de producción más veloz del mundo que alcanza hasta los cuatrocientos ocho kilómetros por hora. Paradójicamente fue May el que llevó el Veyron a su velocidad límite, porque, aunque sus coequiperos le dicen “señor lento”, es de hecho el único calificado y con licencia de piloto deportivo de los tres.
Jeremy Clarkson |
Hablando de pilotos, un cuarto personaje en el programa, al que jamás se le ha escuchado pronunciar palabra ni se le conoce el rostro, porque siempre lleva casco cerrado, es The Stig, un misterioso piloto de pruebas que somete cada auto que se presenta al programa a un régimen de maltrato y velocidad máxima con que calificar su desempeño.
Otro atractivo del programa son las entrevistas. Para cada episodio es invitado un personaje de la farándula o de los medios ingleses, desde roqueros como los Rolling Stones hasta actores como Hugh Grant. Pero para poder ser entrevistados, deben someterse primero a una prueba de velocidad en pista, manejando un “auto razonablemente barato”, antes un Suzuki Liana y ahora un Lacetti, de Chevrolet, es decir, un compacto familiar de los que se ven por todos lados (nuestra versión sería un Chevi o un Tsuru). Hasta ahora el más rápido ha sido Jay Kay, el vocalista funky de Jamiroquai.
Un buen programa de verdadero entretenimiento, Top Gear lleva implícita una grave lección para las producciones televisivas del mundo y demuestra que se puede informar y entretener al auditorio sin necesidad de ponerlo a babear ni, mucho menos, meterse con la “moral” de cada quien, ni con sus creencias ni con su forma de interpretar el mundo. A mil años luz, desde luego, de lo que por acá llamamos “entretenimiento en televisión”. Baste pensar en Lagrimita y Kostel…
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