Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 7 de diciembre de 2008 Num: 718

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El interminable éxito de Disney
ALEJANDRO MICHELENA

Vivir en otra lengua
RICARDO BADA

Rubén Bonifaz Nuño a los ochenta y cinco
RENÉ AVILÉS FABILA

Bonifaz Nuño en Nueva York en 1982
MARCO ANTONIO CAMPOS

Poema
RUBÉN BONIFAZ NUÑO

Dos ciudades, un boleto
JESÚS VICENTE GARCÍA

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
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Enrique López Aguilar
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El cuento

En algún lugar he leído que se compara al soneto con el cuento porque ambos comparten un límite, exactitud, dificultad y rigor. Creo que el cotejo entre ambas formas literarias no está desencaminado, aunque me parece que el cuento posee una natural ductilidad que lo diferencia del soneto. Mientras que éste, como buen producto renacentista, aspira a la simetría, independientemente de los cambios a que las distintas épocas lo han sometido, el cuento puede metamorfosearse formalmente y producir pequeñas obras maestras de dos líneas hasta desarrollos que lindan con lo casi novelístico. Esa flexibilidad en la extensión le otorga una conducta especial para apoderarse de casi todo, pero los límites también le exigen intensidad y esa es otra cosa que comparte con el soneto.

Por otro lado, el cuento puede suponer el argumento de una novela, intensificando un momento que permita reconstruir el resto de ella. Eso es una dificultad, porque el momento elegido para que uno o varios personajes vivan algo que les es especialmente significativo (o en apariencia intrascendente) también debe proponer los suficientes datos para deducir su biografía o adivinar su destino en el espacio que el texto deja afuera.

Pareciera que la capacidad del cuento de asimilar una vida completa y coagularla en un solo momento puede devenir en una condición medio parasitaria, ya que así como supone el argumento de una novela, también es capaz de insertarse en él, formando una narración menor dentro de otra más grande, un pequeño universo dentro de otro que lo sustenta. Los malabares del cuento dentro de los cuentos en Las mil y una noches o los textos breves que algunos personajes narraron en El Quijote, parecían anticipar las capacidades que la versión moderna de ese viejo género sería capaz de realizar.

El cuento asume la apariencia de un pequeño ser que se implanta en los ejes nerviosos de la vida, rindiendo cuentas de esa zona reducida pero central. No en balde, así se comportan los hongos y los vampiros, instalándose en regiones pequeñas pero nutritivas: dos incisiones en la yugular desangran al hombre de igual manera que el cuento se asienta incisivamente en secciones vitales de la realidad. Eso retrata a un género que, además de parásito, es camaleón por su capacidad para disfrazarse de lo que no es, en apariencia, y atrapar otras maneras de vida.

Ahora el cuento tiene una evidente vida propia, además de la de sus disfraces, en la medida en que la ambigüedad y las oscilaciones que produce y refleja también rinden cuentas de la realidad contemporánea. Ya hay una larga lista de ejemplos en los que se puede comprobar la eficiencia de los cuentos que se disfrazan de crónicas, cartas, memorias, ensayos, reseñas. Es posible que eso no sea una innovación, porque es cierto que la novela también ha sido capaz de metamorfosearse con tal de poner en funcionamiento dispositivos realistas que la hiciera parecerse más a la vida, pero en el cuento se ha buscado demostrarle al lector que la realidad no siempre es lo que parece.

Que un momento represente toda la vida de un personaje o que un personaje alegorice a toda la humanidad, enfatiza el rasgo más importante del cuento moderno: reconocer que la vida no puede ser representada en un esfuerzo totalizador que la abarque y la explique por completo. La brevedad del cuento viene a ser una correspondencia con el carácter fragmentado del hombre y la realidad, y supone visiones parciales, iluminaciones que ya no explican sino que sugieren vías de acercamiento al mundo. Capturar ese momento único y significativo condiciona los demás rasgos del género: el lugar de los hechos, el carácter de los personajes, el tiempo y el narrador, el desarrollo de la anécdota, el lenguaje…

La dificultad formal del cuento no es inferior a la de la poesía. El narrador, las descripciones y los personajes deben ceñirse tanto a una sana economía de recursos que un buen cuento acaba por ser un texto que el lector debe gozar paso a paso. El escritor no debe olvidar el carácter lúdico que este género tolera notablemente. Eso tiene sus ventajas, además de la brevedad, pues puede capturar con mayor rapidez la atención de los lectores para perseverar en la invitación que el escritor hizo desde el principio del texto. Es obvio que el peor reproche para un cuento es el abandono del lector, caso más grave que en una novela, pues ya se sabe que la extensión de ésta solicita paciencia a cambio de recompensas paulatinas. El nocaut del cuento, en cambio, está en relación directa con su intensidad.