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Un museo para corazones solitarios
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ADRIANA CORTÉS KOLOFFON entrevista con PATRIZIA CAVALLI
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Chan Chan… Cachaíto
In memoriam Jorge Reyes
Hay acontecimientos sobre los que sobra decir algo; sobre los cuales
no hay reflexión ni análisis posibles, sólo resignación, apechugue,
aguante. Más allá de los típicos recordatorios biográficos y de la fría
data disponible en internet, poco se puede agregar a la muerte de un
genio reconocido que no sea plegaria o silencio. Así, calladamente,
escuchamos con el ánimo renovado el disco debut y homónimo de
Cachaíto (2001), nacido en Cuba bajo el nombre de Orlando López, en
1933, y fallecido hace apenas dos semanas.
Con los primeros compases despiertan los recuerdos. A Cachaíto
lo conocimos hace ocho años en el Hotel Majestic del Centro Histórico,
en Ciudad de México. En aquel entonces nos dio una entrevista y
le hicimos fotos. Su amabilidad infinita le alcanzó para que la mañana
se hiciera tarde y bebiéramos algo juntos. Por la noche haría una “descarga”
legendaria, un palomazo, al lado de ese otro animado e innovador
percusionista isleño, Miguel Angá Díaz, desaparecido no hace
mucho tiempo en circunstancias tristes para su edad.
Aquel día, decíamos, Cachaíto sonreía y se desbordaba cual sol
moreno por la salida de su primer álbum como líder, consecuencia
natural tras el éxito global del Buena Vista Social Club y del Afro Cuban
All Stars, dos de las muchísimas bandas a las cuales sirvió de corazón,
bomba, motor incomparable. Así contaba entonces sus inicios en el
seno familiar, completando tres generaciones de contrabajistas al lado
de su abuelo Pedro, su padre Orestes y su tío, el legendario Israel Cachao
López: “Toda la familia vivía cerca, así que era una relación estrecha
–dijo entonces– Yo empecé a tocar con mi tía Coralia cuando tenía
como nueve o diez años, y pues por lo mismo siempre veía a mi abuelo,
que vivía con ella... Mis estudios de contrabajo los hice con mi padre, que siempre me llevaba a su trabajo en la
sinfónica y en donde hubiera música buena.
Él fue quien me enseñó de verdad a encaminarme
en el solfeo y muchas cosas,
por lo que después yo pude formar a muchos
alumnos que tuve en la escuela.”
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Algo extraño para quien comenzara
su carrera profesional a finales de los años
cuarenta, este único disco terminaría
por demostrar humildad y regalar esencia,
aquello que el contrabajista debía
decir por cuenta propia, sin acompañar a
otros cantantes o solistas. No en balde las
horas vuelo en tantas grabaciones y en
las principales orquestas de La Habana:
“La Orquesta Arcaño fue una orquesta radiofónica
como no había otra en aquella
época... radiofónica es como una sinfónica...
Y no cualquiera podía tocar ahí –explicó.
En aquel entonces los músicos tocaban
más suave: tónica y dominante, pero esa
era una orquesta en la que de verdad había
que tocar. Mi papá ejecutaba el chelo
ahí, y en la sinfónica el contrabajo; así estuvo
de arriba pa’bajo hasta que un día me
dijo: ‘mira mi’jo, hoy quédate a tocar en
Arcaño por mí’, y pues no me quedó de
otra. Tuve que bajar la afinación del chelo
como si fuera bajo. Toqué con mucho
susto, porque había leones ahí. Y bueno,
salió bien, entonces mi papá me pidió: ‘ya
me dijeron que estuviste bien, entonces,
dame una semanita más’. Eso era
para que yo me fuera metiendo. Y al
mismo tiempo, mi tío Israel me
dijo: ‘mi’hijito, tócame esta gira
con la Tropical porque ahora no
puedo’, y pues lo suplí tocando el
contrabajo en otra orquesta; así
que todo eso me ayudó mucho
a coger experiencia. Así es como
nos fuimos apoyando unos
a otros, pues éramos una familia
de bajistas.” Pero volvamos a la composición
inaugural de su disco. Se llama “Redención”.
Como introducción se escucha el
repiqueteo de un teléfono, a una mujer
que contesta y lo pone en manos del
músico, quien entonces dice algo como:
“¿Diga?, sí, Cachaíto sí, ¡siempre con
swing!”, una frase totémica que para él
fue un mantra, una obsesión técnico-espiritual
de posibilidades insospechadas,
espíritu del bajo que suena a los
pocos segundos: un portento, un monumento
a la calidez, a la manipulación del
tiempo, a la magia orgánica de dos acordes
fracturados en pos de eso que unos
llaman groove, otros tumbado, otros
feeling, otros jícamo, otros sabor… ese
algo que no es sino una manera de estar
en el mundo. Allí, Cachaíto anuncia su
posterior tributo a Charles Mingus (cuatro
tracks después), pero exhibiendo
lo que Cuba ha dado al ritmo de la historia;
se acelera, disminuye su velocidad,
rompe el tiempo en tresillos imposibles,
vomita silencios inesperados,
dejando una verdad desnuda que hoy se
hace permanente: sin Cachaíto el mundo
está herido gravemente, con un vacío
que no podrá disimular ya nunca.
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