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 |  | Chan Chan… CachaítoIn memoriam Jorge Reyes Hay acontecimientos sobre los que sobra decir algo; sobre los cuales
      no hay reflexión ni análisis posibles, sólo resignación, apechugue,
      aguante. Más allá de los típicos recordatorios biográficos y de la fría
      data disponible en internet, poco se puede agregar a la muerte de un
      genio reconocido que no sea plegaria o silencio. Así, calladamente,
      escuchamos con el ánimo renovado el disco debut y homónimo de
      Cachaíto (2001), nacido en Cuba bajo el nombre de Orlando López, en
      1933, y fallecido hace apenas dos semanas. Con los primeros compases despiertan los recuerdos. A Cachaíto
      lo conocimos hace ocho años en el Hotel Majestic del Centro Histórico,
      en Ciudad de México. En aquel entonces nos dio una entrevista y
      le hicimos fotos. Su amabilidad infinita le alcanzó para que la mañana
      se hiciera tarde y bebiéramos algo juntos. Por la noche haría una “descarga”
      legendaria, un palomazo, al lado de ese otro animado e innovador
      percusionista isleño, Miguel Angá Díaz, desaparecido no hace
      mucho tiempo en circunstancias tristes para su edad. Aquel día, decíamos, Cachaíto sonreía y se desbordaba cual sol
      moreno por la salida de su primer álbum como líder, consecuencia
      natural tras el éxito global del Buena Vista Social Club y del Afro Cuban
      All Stars, dos de las muchísimas bandas a las cuales sirvió de corazón,
      bomba, motor incomparable. Así contaba entonces sus inicios en el
      seno familiar, completando tres generaciones de contrabajistas al lado
      de su abuelo Pedro, su padre Orestes y su tío, el legendario Israel Cachao
      López: “Toda la familia vivía cerca, así que era una relación estrecha
–dijo entonces– Yo empecé a tocar con mi tía Coralia cuando tenía
  como nueve o diez años, y pues por lo mismo siempre veía a mi abuelo,
  que vivía con ella... Mis estudios de contrabajo los hice con mi padre, que siempre me llevaba a su trabajo en la
  sinfónica y en donde hubiera música buena.
Él fue quien me enseñó de verdad a encaminarme
  en el solfeo y muchas cosas,
  por lo que después yo pude formar a muchos
  alumnos que tuve en la escuela.” 
  
    |  |  Algo extraño para quien comenzara
      su carrera profesional a finales de los años
      cuarenta, este único disco terminaría
      por demostrar humildad y regalar esencia,
      aquello que el contrabajista debía
      decir por cuenta propia, sin acompañar a
      otros cantantes o solistas. No en balde las
      horas vuelo en tantas grabaciones y en
      las principales orquestas de La Habana:
“La Orquesta Arcaño fue una orquesta radiofónica
  como no había otra en aquella
época... radiofónica es como una sinfónica...
  Y no cualquiera podía tocar ahí –explicó.
  En aquel entonces los músicos tocaban
  más suave: tónica y dominante, pero esa
  era una orquesta en la que de verdad había
  que tocar. Mi papá ejecutaba el chelo
  ahí, y en la sinfónica el contrabajo; así estuvo
  de arriba pa’bajo hasta que un día me
  dijo: ‘mira mi’jo, hoy quédate a tocar en
  Arcaño por mí’, y pues no me quedó de
  otra. Tuve que bajar la afinación del chelo
  como si fuera bajo. Toqué con mucho
  susto, porque había leones ahí. Y bueno,
  salió bien, entonces mi papá me pidió: ‘ya
  me dijeron que estuviste bien, entonces,
  dame una semanita más’. Eso era
  para que yo me fuera metiendo. Y al
  mismo tiempo, mi tío Israel me
  dijo: ‘mi’hijito, tócame esta gira
  con la Tropical porque ahora no
  puedo’, y pues lo suplí tocando el
  contrabajo en otra orquesta; así
  que todo eso me ayudó mucho
  a coger experiencia. Así es como
  nos fuimos apoyando unos
  a otros, pues éramos una familia
  de bajistas.” Pero volvamos a la composición
    inaugural de su disco. Se llama “Redención”.
    Como introducción se escucha el
    repiqueteo de un teléfono, a una mujer
    que contesta y lo pone en manos del
    músico, quien entonces dice algo como:
    “¿Diga?, sí, Cachaíto sí, ¡siempre con
    swing!”, una frase totémica que para él
    fue un mantra, una obsesión técnico-espiritual
    de posibilidades insospechadas,
    espíritu del bajo que suena a los
    pocos segundos: un portento, un monumento
    a la calidez, a la manipulación del
    tiempo, a la magia orgánica de dos acordes
    fracturados en pos de eso que unos
    llaman groove, otros tumbado, otros
    feeling, otros jícamo, otros sabor… ese
    algo que no es sino una manera de estar
    en el mundo. Allí, Cachaíto anuncia su
    posterior tributo a Charles Mingus (cuatro
    tracks después), pero exhibiendo
    lo que Cuba ha dado al ritmo de la historia;
    se acelera, disminuye su velocidad,
    rompe el tiempo en tresillos imposibles,
    vomita silencios inesperados,
    dejando una verdad desnuda que hoy se
    hace permanente: sin Cachaíto el mundo
    está herido gravemente, con un vacío
    que no podrá disimular ya nunca. |