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 Felipe Garrido InterminableRubén, dice la viuda del inmenso poeta, vivió de su profesión, como abogado; de pleitos que tenía. Escribía cuando iba fuera, en pedazos de papel, sobre la cabeza de la montura, en la sierra. Yo era joven; me acuerdo de sus cabellos revueltos, encendidos. En Cerritos lo escribió, dice, pero, subraya, eso no va. Es “Interminable”, lo sé. Me entrega los papeles, porque voy a hacerme cargo del libro. Leo los espléndidos sonetos. Los siento cincelados en las piedras de la montaña; son deslumbrantes. ¿Cómo pudo escribir eso en aquellas arideces? Cañadas y crestones. Erial ceniciento. Sol devorador. Raíces huecas en la roca luciente de lisura; sauces macilentos y chozas pajizas con su penacho de humo y miseria. Vuelvo a pensar que “Interminable” es lo mejor que escribió nunca: “Cierro los ojos, tu cuerpo bruno más allá de esta alborada...” Ni lo piense, me dice, y me exige las cuartillas que escondo extendiendo hacia mí sus manos blanquísimas.  |