Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
El día que conocí a papá
E. M. MURCIA
Espejo de contrastes: el Archivo Frida Kahlo y Diego Rivera
INGRID SUCKAER
Otro Bolívar para la nueva república
HAROLD ALVARADO TENORIO
Un museo para corazones solitarios
FERRUCCIO ASTA
Para cambiar al mundo
ADRIANA CORTÉS KOLOFFON entrevista con PATRIZIA CAVALLI
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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
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Corporal
MANUEL STEPHENS
El Mono de Alambre
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Felipe Garrido
Interminable
Rubén, dice la viuda del inmenso poeta, vivió de su profesión, como abogado; de pleitos que tenía. Escribía cuando iba fuera, en pedazos de papel, sobre la cabeza de la montura, en la sierra. Yo era joven; me acuerdo de sus cabellos revueltos, encendidos. En Cerritos lo escribió, dice, pero, subraya, eso no va. Es “Interminable”, lo sé. Me entrega los papeles, porque voy a hacerme cargo del libro. Leo los espléndidos sonetos. Los siento cincelados en las piedras de la montaña; son deslumbrantes. ¿Cómo pudo escribir eso en aquellas arideces? Cañadas y crestones. Erial ceniciento. Sol devorador. Raíces huecas en la roca luciente de lisura; sauces macilentos y chozas pajizas con su penacho de humo y miseria. Vuelvo a pensar que “Interminable” es lo mejor que escribió nunca: “Cierro los ojos, tu cuerpo bruno más allá de esta alborada...” Ni lo piense, me dice, y me exige las cuartillas que escondo extendiendo hacia mí sus manos blanquísimas. |