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Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
El día que conocí a papá
E. M. MURCIA
Espejo de contrastes: el Archivo Frida Kahlo y Diego Rivera
INGRID SUCKAER
Otro Bolívar para la nueva república
HAROLD ALVARADO TENORIO
Un museo para corazones solitarios
FERRUCCIO ASTA
Para cambiar al mundo
ADRIANA CORTÉS KOLOFFON entrevista con PATRIZIA CAVALLI
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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS
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VERÓNICA MURGUíA
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Guiñol
Para Jorge Lobillo
Bien dijo José Revueltas en Dialéctica de la conciencia: “Desde su aparición histórica, la plusvalía señala al otro antagónico del hombre.” La derecha que dice gobernar México es oligarquía cuya filia ultracapitalista no permite mucha largueza de miras, ni parar mientes en mantener su cuota de privilegio, de poder y de infinitos réditos a costa de lo que sea, aunque ello signifique el país mismo. Y cuando es funcionaria pública, la oligarquía empresarial no brilla como estratega. Largos, dolorosos lustros nos va costando el simple axioma como condena por muchos entrevista: una cosa es administrar empresas, fábricas o bancos con mentalidad de cuentachiles que siempre trata de pagar a sus empleados el menor salario posible, mientras intenta siempre vender lo más caro que se pueda, y muy otra es gobernar, hacer Estado. La derecha siempre terminará convirtiendo el interés social en lucro, y lamentables ejemplos sobran: Javier Lozano en la secretaría del trabajo –eso que precisamente cada vez más escasea en el gobierno del “candidato del empleo”–; Miguel Yunes, empresario oscuro, más oscuro funcionario priísta en Veracruz durante el salinato y ahora… ¡director panista de un instituto socialista como el issste!; Juan Molinar, vocero de derechas en los medios, ¡dirigiendo el Instituto Mexicano del Seguro Social!, y en fin, una recua de ineptos, reconocidos por su voracidad o su indiferencia ante la cuestión social, paradójicamente allí, en puestos de interés social y estratégico. Y así todos los secuaces del régimen, invariablemente, además, amigos de los medios electrónicos, clientes suyos y, en algunos casos, antiguos empleados de la oligarquía mediática. Por eso, quizá, esa oligarquía se presume más poderosa que el gobierno mismo y se atreve a retarlo. Esa presunta potestad de un poder superior ha funcionado en algunos sitios, como Estados Unidos o México, pero en otros lugares el tiro le salió por la culata a los empresarios. El ejemplo más reciente es, desde luego, Venezuela.
Televisa y tv Azteca se ponen histéricas solas. Ponen trampas a cualquiera que osa enfrentarlas, porque nacieron y viven bajo la premisa de que primero sus intereses que cualquier otro interés aunque sea público. Se dan disimuladas pero dolorosas patadas en las espinillas por debajo de la mesa, o de plano, ebrias del poder que detentan o creen detentar, manipulan asuntos y verdades, el poder de la información, y la doblan y acomodan para fabricar opiniones contundentes con las que buscan meter en problemas al adversario. Muy bien si se trata de otras entidades empresariales, tal que eso dicta el cutre encarnizamiento capitalista y la feroz competencia en un país donde la autoridad reguladora es una tierna broma, pero la cosa se vuelve avieso rejuego inmoral y perverso cuando se trata de manosear las leyes, de volverlas herramientas a su servicio, aprovechando la corrupción que opera como sistema, siempre con nada más esencial en su proyecto que hacer más y más dinero o, cuidado, buscando convertir a esa retorcida –intonsa, dúctil en su ignorancia– opinión pública en ariete con que golpear a la autoridad cada que ésta pretenda poner coto, precisamente, a los mecanismos de manipulación y lucro desmedido de las televisoras. Allí, como ejemplo claro y reciente, la colección de omisiones, de verdades a medias o francas mentiras que han sucedido a la zancadilla de las televisoras cuando interrumpen un partido de futbol, para transmitir propaganda política de modo que el pueblo, ese señor con barriga de cervecero y plato de chicharrones en el regazo, termine mentándole su madre no a la televisora que busca precisamente exasperarlo, sino al gobierno y a los partidos políticos que se atreven a cruzarse así, con lentitud vacuna y obliteración a las pasiones que el “juego del hombre” desata en el horizonte del hincha furibundo que, según parece, cada mexicano lleva dentro.
Los pleitos de la derecha contra sí misma, de empresarios televisivos contra un gobierno salido de sus propias filas es, aunque verlo así parezca despojar el asunto de relevancia y ya estemos en este país hasta el cepillo de que sean las inmediateces las que le administren –hurten, más bien– preponderancia a las cuestiones realmente importantes, un espectáculo, una especie de reality show , de teatrito guiñol que, de no tener implicaciones serias en la vida del país, sería hasta divertido observar. Pero por lo pronto, después de la indignación inmediata, lo que provocan es una honda, genuina preocupación.
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