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JOSÉ ÁNGEL VALENTE, LOS FRAGMENTOS DE DIOS
José Ángel Valente |
Una de las características de la llamada postmodernidad es la ausencia de Dios. La historia no viene de lejos. Nietzsche, con la clarividencia del profeta, la formuló por vez primer en el siglo XIX en su Así hablaba Zaratustra. Más tarde, Paul Celan, ante los horrendos campos de exterminio nazis, lo vio volatilizarse como el humo negro que salía de sus crematorios y que llevaba el cuerpo y la memoria del pueblo de Dios. Celan no dejó de creer en Él, pero ya no podía nombrarlo. El impronunciable yhw, que se revelaba por la lengua de los profetas, en la presencia de la carne de un pueblo y en la voz de las culturas, repentinamente, bajo la precisión de una técnica criminal, se borraba como hoy se borran las huellas de un texto con sólo apretar la tecla "Del" de una computadora –imagen domesticada del desprecio y de la negación de la presencia. De ahí esas terribles palabras con las que Celan se dirige a Dios en su Salmo: "Nadie nos plasma de nuevo de tierra y arcilla,/ Nadie habla sobre nuestro polvo [...] Alabado seas tú, Nadie./ Por amor a ti queremos/ florecer./ Hacia ti." Dios está allí, en el lugar de la ausencia. Es un tú cuyo contenido es impreciso, es Nadie.
Desde entonces, decir a Dios, es el gran problema del hombre; en particular, de su decir privilegiado, la poesía. Un mundo que ha perdido las mediaciones, las huellas de Dios en el mundo, no encuentra el análogo, la carne, que pueda revelarlo. En la ausencia que se ha vuelto el mundo, Dios está en él como un tú sin rostro.
Quizá nadie, en el mundo de la poesía, después de Celan, ha sido más consciente de ese hecho que José Valente (1920-2000).
Si Valente ha sido uno de los más altos poetas de la España de la segunda mitad del siglo XX, lo ha sido por esa lúcida conciencia que, semejante a la de Celan, pero en el contexto cristiano, le permitió decir a Dios como ausencia. Quizás el libro en que mejor lo expresa sea la obra con la que concluyó su vida: Fragmentos de un libro futuro (Galaxia de Gutemberg, Círculo de Lectores, 2000). Escrito con la lentitud de los años, este libro que siguió a No amanece el cantor (1992), sólo concluyó con la muerte del autor y el último poema que escribió el mismo año de su deceso: "Anónimo: versión".
Como lo resume uno de los epígrafes con los que abre el libro, el de Juan Ramón Jiménez, "Dios del venir, te siento entre mis manos", Dios en el libro es una experiencia en la ausencia que Valente mira de manera fragmentaria en el vaciamiento y la desagregación de la identidad. Donde todo habla de la ausencia, dios –escrito, cuando aparece, con minúscula– surge en un tú que es nostalgia futura, destello de oscuridad en la ausencia, esperanza de un advenimiento: "Vienes./ No estás./ Desapareces [...] Vienes de pronto [...] Un instante tan sólo." ("Luna"). "Todo está roto, mutilado, mudo/ caído a ciegas/ desde un cielo sombrío./ Nada/ me alumbra en esta hora." ("Vacío").
Semejante a Celan, Dios es para Valente, Nada. Pero no la nada existencia de Sartre, sino la presencia de algo que está allí, que se siente, pero que perdió el rostro, su posibilidad de ser mirado y nombrado, a no ser por su negación paradójica. Amado y amante sólo coinciden en la ausencia. Presos de un tiempo que perdió la carne, esa ausencia, al mismo tiempo que los vacía y los desintegra de su identidad, los une en el devenir: "Bajamos lentos por su lenta luz/ hasta la entraña de la noche.// [...] // Descendí hasta su centro,/ puse mi planta en un lugar en donde/ penetrar no se puede/ si se quiere el retorno [...] Bajé desde mí mismo/ hasta tu centro, dios, hasta tu rostro/ que nadie puede ver y sólo/ en esta cegadora, en esta oscura/ explosión de la luz se manifiesta." ("Tamquam centro circuli").
Ausencia en la ausencia, el poeta mira en ella los fragmentos de un Dios cuyo rostro sólo volverá a delinearse, a ser nuevamente carne, libro, presencia en el futuro, allá donde, sobrepasada la carga del mal que es la desencarnación del mundo, la presencia vuelva a ser, como lo dice el poema que cierra el libro y la vida del autor, presencia en la presencia: "Cima del canto/ el ruiseñor y tú,/ ya sois lo mismo."
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro y liberar a los presos de Atenco.
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