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IMPOSIBLE
Seamos realistas y pidamos lo imposible reza esa magnífica frase de loco. Pero en el hiperrealismo que vive cotidianamente este país de decapitados cuyas cabezas amanecen exhibidas en la fachada de un cuartel policíaco; de niños que viven, duermen y se aparean en alcantarillas del centro de la ciudad inhalando solventes y peleando por la comida con perros callejeros; de enfermedades que solamente atacan en cinturones de miseria; país de banqueros y empresarios declarados en quiebra pero que viven en casas de millones de dólares, que manejan (sus chafiretes) autos de millón para arriba con cristales blindados y asientos de piel con calefacción; en el México de la transa, la trácala y el cochupo, el de los hijos de la esposa del presidente enriqueciéndose a la par que algunos carroñeros legisladores y secretarios de estado a carrillos llenos, en ese México de a pie, lo imposible aunque se pida mil veces en imposible se va a quedar. Pedir que cambie el país, que cambie el régimen, que los políticos y sus alecuijes se interesen un poquito más por sus gobernados que por llenarse las faltriqueras de dinero es sencillamente eso, imposible.
Es imposible ganarle a las oligarquías añejas, bien cimentadas en sus galerías de complicidades. Es imposible pretender que los grandes (in)movilizadores nacionales en materia de comunicación social, inceptora de un genuino despertar cívico de nuestro pueblo aletargado con el husmo de la estupidez y la ignorancia preconcebidas, inoculadas, administradas día a día por esos mismos organismos megalíticos, vasos comunicantes del ostracismo y la apatía tan nuestros, las televisoras, acepten impulsar un cambio político y social que lleva implícita la amenaza de acotar los privilegios económicos, políticos, hacendísticos de que disfrutan, precisamente, los dueños, los socios, los parientes y amigos y contlapaches en general, de Televisa y tv Azteca. Por eso es un sueño, una burla, una muestra de cínico incordio escuchar y ver en esos medios y en sus filiales radiofónicas cuando se habla de elecciones ejemplares, de comicios impecables, de intelectuales que apoyan a un organismo manoseado como el ife, donde, de haberse detectado oportunamente (que se detectó, pero no se dijo nada, mustiamente) que el consejero presidente, Luis Ugalde, era amigo del candidato de Acción Nacional, y que éste, el de las impolutas garras, había incluso sido testigo firmante en la boda de aquél, de confirmarse sólo esa circunstancia en apariencia inocente (así ha sido todo desde la patraña del desafuero, desde las estúpidas declaraciones de Fox derramando inquina, la injerencia de la Gordillo, los aberrantes pronunciamientos de Abascal, de Espino, de Nava... el odio imbécil a quien se oponga al exacerbado capitalismo neofalangista... de apariencia inocente), hubiera bastado esa información para que el pueblo entero montase en cólera y brotase el escándalo, en lugar de que como vimos no haya pasado nada y sí, en cambio, que el escándalo teledirigido por los mercachifles sea el pleito entre una vedette encumbrada en la farándula sin más méritos que su vulgaridad y sus turgencias, y su ex marido pelele mazacote (doctor Ernesto Lammoglia dixit).
Es imposible rebasar con la pura conciencia cívica el cauce de la conveniencia económica. Es imposible ir contra los amigos del dinero y sus empleados; tener en contra a prácticamente todos los comentaristas de noticieros y programas de "análisis" –con honrosísimas excepciones como Carmen Aristegui, Denisse Maerker, Adriana Pérez Cañedo; ¡mujer mexicana, diría López Velarde, mujer total, periférica y central!–, y tener solamente a favor la opinión de millones de mexicanos pobres que en la realidad no cuentan más que para que se vea en la televisión un chingo de cabezas desde el templete cuando el delfín anda en campaña.
Imposible. Pero eso no significa que querer cambiar al país y su tradición de racismo, de clasismo, de consumismo pendejo y apátrida, sea algo a lo que renunciar. En el empeño está la esencia, a pesar de las televisoras, de sus dueños, de sus compadres, y a pesar de que con tanta tara propalada por la televisión mexicana esta sea una nación de baldados intelectuales, porque ya lo dijo retóricamente preguntando don Francisco de Quevedo en la España del siglo xv, cuya composición social era, salvo elementales disensos, harto parecida a la del México del xxi: "Y ¿quién puede sino un cojo/ abogar por las caídas?".
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