El teatro como revolución de la conciencia
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Nicolás Núñez
El teatro como revolución de la conciencia
Grotowski revolucionó los escenarios allá por los años sesenta y setenta del siglo pasado, y no fue por una cuestión circunstancial o de moda.
Si Grotowski revolucionó el teatro fue porque lo regresó a sus orígenes sagrados, descubriendo para el actor una sacralidad secular, actual, sin ortodoxias ni seguidores, ni Iglesias, sólo con la humilde proposición de detectar a los cómplices capaces de comprometerse en la aventura fantástica de construir, a través del teatro, la explosión del instante vivo; es decir, crear ambientes, atmósferas, con la certidumbre de que, como dice Ramón de la Fuente, "la participación de estímulos ambientales, en la organización de los circuitos cerebrales, en sus conexiones más finas, hace posible que la experiencia y la cultura (el teatro) construyan al cerebro". El paréntesis y las cursivas son míos.
Este tipo de feroces construcciones-encantamiento, que era el teatro de Grotowski, lo convirtió en el poeta escénico más grande del fin de milenio.
Grotowski fue un maestro, un mago que puntualizó y predicó con el ejemplo, la ética de los teatros frente al mundo, el no venderse, no claudicar, no dejar de perseguir al espíritu sobre el escenario. Saber que el teatro no sirve para realizar cambios grupales de ninguna especie, que los cambios son individuales, que la auténtica revolución es una revolución de la conciencia, no de reglas o de regulaciones sociales, que el teatro es un canto-encantamiento en donde el espíritu se expande y el sentido de la vida se recupera, que el linaje de los teatros está ligado al regocijo de estar vivos y contentos. No hay que olvidar que Grotowski compartió su regocijo y su conocimiento, en nuestro país, con un puñado de mexicanos, gracias al apoyo de nuestra entrañable Universidad Nacional.
Dentro de la historia del teatro, quienes quieran referirse a algún maestro que, con pasión, ética y serenidad haya trabajado para definir y hacer respetar el auténtico linaje de los teatreros, ése que nos da sentido de pertenencia como miembros de una pandilla, en donde el "aquí y ahora" incendia y justifica la existencia, tendrá que referirse a Grotowski como uno de los pilares más importantes de la escena.
Con sus construcciones-encantamiento (obra de teatro y acciones escénicas), sus cantos-encantamiento (ejercicio de entrenamiento actoral), Grotowski se colocó como el último de los grandes maestros del milenio pasado, como la última gran bestia sagrada del teatro, que está por ser descubierta por las nuevas generaciones: comprender su ética y su pasión será de enorme beneficio para el espíritu del teatro de este nuevo milenio.
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