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Sobre la esencia de la obra del guanajuatense, Joy Laville explica: “No era sarcástico, pero si algo no le gustó, lo dijo, ya que era crítico y su crítica le permitía jugar con el absurdo. Él era muy directo, por eso mismo tenía reputación de tener mal humor, pero esto es una mentira, él era muy alegre. [Sin embargo], ofendió la sensibilidad de muchos con sus novelas; pese a todo, ahora está muy estimado en Guanajuato.” Entonces, ¿cómo no recordar lo que el mismo el autor decía sobre sus escritos?: “Los artículos que escribí son los únicos que puedo escribir; si son ingeniosos es porque tengo ingenio, si son arbitrarios es porque soy arbitrario, y si son humorísticos es porque así veo las cosas. Quien creyó que todo lo que dije fue en serio, es un cándido, y quien creyó que todo fue en broma, es un imbécil.” Este año, en la versión XXXVI del Festival Internacional Cervantino, se le rindió un homenaje muy significativo al cuevanense. Durante la festividad se llevó a cabo un coloquio sobre su obra, se editó el libro En primera persona, cronología ilustrada de Jorge Ibargüengoitia (1928-1983), y para cerrar elocuentemente se instaló la muestra ¡Sálvese quien pueda! Jorge Ibargüengoitia: un atentado a la solemnidad, que está integrada por fotografías, documentos, obra plástica de la misma Joy Laville y caricaturas de Magú basadas en un texto de Ibargüengoitia para niños. Todo ello demuestra el reconocimiento del que goza el escritor en la actualidad, en ese “manicomio grandote”, como él mismo llamó a Guanajuato. – ¿Cómo fue la vida en París? – Jorge era muy disciplinado, normalmente escribía entre las 10 y 2:30 de la tarde. Era matutino. En las tardes leía recostado en un sofá; creo que nunca escribió en la noche, pese a que no dormía temprano. – ¿Qué leía? – Tenía un gusto muy amplío. Era muy leído y admiraba a muchos escritores. – ¿De su propia obra había un texto que considerara su favorito o que creyera el mejor desarrollado? – No sé si tenía un libro favorito. Pero, para mí, la más desarrollada de las obras fue Los pasos de López. Jorge siempre fue un apasionado de la historia. Ejemplo de ello son los dos Premios Casa de las Américas que obtuvo con los textos históricos El atentado y Los relámpagos de agosto, en 1963 y 1964, respectivamente. En todos estos escritos se aprecia perfectamente esa vena crítica y desmitificadora de Ibargüengoitia, y que puede resumirse en la anécdota que refiere Margarita Villaseñor: Jorge la cuestionaba: “¿A poco crees que el Pípila fue un héroe? No se te ocurre pensar que el español rebelde le gritó al indígena humilde: ‘Oye tú, Pípila, échate una losa al lomo y ve a quemar esa puerta?'” – ¿Qué proyectos que quedaron truncados por el fallecimiento de Jorge? – Hace muchos años escribió teatro y lo dejó. En los últimos años de su vida estaba pensando escribir otra vez teatro. Además, estuvo escribiendo [una tercera parte] del libro titulado Isabel, cantaba y también tenía varias obras pensadas sobre el futuro. Tenía una historia sobre su familia y sus años en Guanajuato, que se desarrollaría en el rancho, antes de llegar a la ciudad. Una muestra del cuaderno de trabajo de Ibargüengoitia, donde se asientan estos proyectos, se publicó el mes de enero en la revista Letras Libres. En el texto nos podemos dar cuenta de lo meticuloso que era el cuevanense para desarrollar sus obras. Apuntes sobre el tono que tenían que llevar, psicología de los personajes, cuestionamientos y críticas sobre los argumentos que plantea, son sólo algunos de los aspectos con los que iba hilvanando sus escritos. – Entre toda su polifacética obra, ¿escribió alguna vez poesía?, ¿le escribió a usted poemas de amor? – Nunca me escribió un poema, ni me trajo flores, pero me daba regalos. No era romántico, tampoco convencional. Me regaló, por supuesto, libros, entre otras cosas. Pero era muy bueno para escribir cartas. No me escribió específicamente cartas de amor, pero dijo cosas evidentemente con ese sentido, como: “¿Te caigo bien?” A Jorge lo conocí en San Miguel de Allende. Yo era persistente. Nos caímos bien pero, como siempre, son las mujeres las que damos los primeros pasos. – ¿Cómo era en vida cotidiana?
– En la casa él se adueñaba de la cocina, o yo, pero no los dos. Él era muy inventivo, arriesgado, pero siempre salió bien su comida. Tenía un don. Improvisaba. Muchas veces salimos a algún lugar a comer algo que nunca habíamos probado. Entonces Jorge regresaba y al día siguiente, y no importaba si teníamos visitas para comer, él trataba de hacer ese mismo platillo y siempre salió bien: él era muy meticuloso en la cocina. Le gustaba cocinar. Cocinaba muy bien. Tenía fama por su paella. Hacía paella para mucha gente; los domingos siempre teníamos invitados que eran siempre los mismos amigos. A veces yo hice cosas muy humildes en la cocina, como pelar los camarones. Pero yo era la ayudante. Decía “vaso”, y yo se lo daba. Así me gustaba, porque él lo hacía maravillosamente. También era un buen bebedor. Pero en los últimos años, cuando estuvimos en París, bebió muy poco. Siempre tomamos un tequila. Yo todavía lo tomo. La cosa es que el último año, a veces se me olvida tomar. Dicen que la gente bebe para olvidar, pero a mí se me olvida tomar. A Joy Laville la plática parece caerle bien. Ríe, piensa, nos mira, nos cuestiona y, con toda una vida luminosa de su lado, no tiene ningún problema en sostener: “Jorge y yo la pasamos muy bien. Tenía un maravilloso sentido del humor.” |