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El tango de Gelman
Si por un lado Gotán, de Juan Gelman (Seix Barral, Buenos Aires, 2008), recupera aquellas ediciones revisadas por el autor donde decidió reunir sus cuatro libros iniciales (incluso suspendiendo algunos poemas de los dos primeros títulos), por el otro la tapa no deja de destacar –como una antigua faja roja ahora impresa en la cubierta– también el reciente Premio Cervantes que le fuera adjudicado coronando, por el momento, la merecida difusión de su obra. ¿De qué manera es posible encarar entonces, ahora, no apenas como supuesto crítico sino también como simple (y fundamental) lector, estos momentos iniciales, de descubrimiento no sólo personal, de lo que sería una larga, fecunda y honda carrera cuando la misma ya ha sido en gran medida, y no poco magníficamente, consumada?
Porque estos textos siempre temblorosos y tantas veces indelebles fueron, en su momento, primicia no sólo del autor sino también de sus primeros y ya crecientes lectores. Con lo cual bien podrían, aún quienes no llegaron a percibirlos como aire nuevo en aquellos tiempos, imaginarse todavía asomándose a un Gelman que comienza: “¡Quién pudiera agarrarte por la cola/ magiafantasmanieblapoesía!” Siendo que también es factible, y acaso no contradictoria, la operación antípoda: evaluar estas primeras incursiones desde la perspectiva de la obra ya madura y efectivamente cumplida.
Foto: elpais.com |
Claro que no deja de ser posible evadir esa aparente (sólo aparente, entiéndaseme bien) antinomia, ya sea combinando esas dos presagiadas orientaciones de lectura, ya sea encontrando si es que no buscando las otras ineludibles ricas direcciones polisémicas que toda poesía lograda, como organismo latente y vivo de lenguaje soberano, tanto actúa como implica. A esa pluralidad, a esa gran libertad que la palabra viva de Juan Gelman no cesó de invitarnos a todos –pero siempre de a uno– desde un comienzo, me animaría no obstante a sugerirle prestar atención (a mi modesto entender), dentro de los tocantes Poemas con el hijo especialmente al titulado “Sonríe” (“¿Y alguna vez he sonreído así?/ ¿Fui como tú de luz, candor que tiembla?/ ¿Supe dar la mañana, confundirla,/ equivocar al mundo?”), donde algo me dice que ya estamos palpando al ¿futuro? Gelman maduro, pleno, entero.
(Dos palabras, antes de concluir, sobre el sonoro título, para mí tan cabal. Que nadie se llame a engaño, en primer lugar: no hay aquí sentimentalismo, ni mero color local, ni retórica típica alguna. Por otra parte, si al hacerlo el autor patentiza esa veta peculiar del lunfardo, el “vesre”, que también rodeó nuestra mutua infancia porteña, no sólo recupera asimismo una fuerte impronta emotiva sino que, volviendo a esa otra posible perspectiva de que hablábamos, si lo enfrentamos con la luminosa palabra sefaradí que fue su posterior título Dibaxu, acaso todos podrían advertir que, como debe ser, para un poeta auténtico el lenguaje no es nunca una herramienta fría, nunca un objeto inerte) |