Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Archipiélagos
EURÍDICE ROMÁN DE DIOS
Calles
LEFTERIS POULIOS
Ibargüengoitia: 25 años después
Entrevista con JOY LAVILLE SALVADOR GARCÍA
Mis días con Jim Morrison
CARLOS CHIMAL
Teatro: el acto y el discurso
JOSÉ CABALLERO
La crisis del teatro en México
JOSÉ CABALLERO
El Sueño de Juana de Asbaje
RAÚL OLVERA MIJARES
Leer
Columnas:
Galería
RODOLFO ALONSO
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
Corporal
MANUEL STEPHENS
El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ
Cabezalcubo
JORGE MOCH
Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO
Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
Verónica Murguía
Bricolaje
Una de las ideas falsas que tengo sobre mí misma es que soy una mujer experta en bricolaje. Esto es, según el Larousse, el “trabajo manual que una persona no profesional hace para decorar su casa”. No sé de dónde saqué dicha idea, pero es una fantasía recurrente que me obliga a ir de vez en cuando a la tlapalería a comprar cosas que no sé usar. Tengo un martillo que es mío y que no comparto con mi marido, quien tiene sus propios martillos y padece el mismo problema.
Él, cuando la fiebre lo atrapa, se va a Casa Bocker. Suele regresar decepcionado por la poca variedad de herramienta, así que compra lo mismo en cada ocasión. Tenemos muchas lámparas de mano, algunas navajas que parecen Victorinox pero que no lo son, millones de tornillos y algunos taquetes. Los tornillos y los taquetes se empolvan en un cajón y ahí seguirán hasta que alguno de los dos aprenda a usar el taladro, pero hasta allí llega nuestra quimera: el taladro nos inspira un respeto tal, que preferimos no tener uno.
Por supuesto, las paredes de nuestra casa tienen montones de agujeros. Durante uno de mis ataques descubrí un pegamento que, según el fabricante, es mejor que los clavos. “Se acabó la necesidad del taladro”, me dije. Una tarde, armada con cuatro tubos, decidí convertir nuestras paredes en una modesta pero elegante galería. Quedó bonita, pero más tarde, mientras veíamos la tele, nos espantó un estruendo: los cuadros se habían caído. Sin excepción, desde el más pesado hasta el más ligero. Así, tuvimos que llamar al plomero, quien en mi casa es el Milusos oficial y quien posee varios taladros, para que los colgara.
Después de esa ocurrencia tuve varios meses de serenidad, en los que me vi obligada a reconocer que no sé nada de esas cosas. Pero pronto pasó: descubrí los usos múltiples de la plastilina epóxica. Inspirada en la obra de Gaudí pegué un montón de azulejos, escogidos con mucho cuidado, en una pared. Pero la plastilina no es, ni de lejos, tan maleable como me imaginé, y el resultado es que parece que los azulejos están pegados con chicle. Si uno ve el muro de lado, descubre debajo de los azulejos montoncitos de un material verde, semejante en todo al chicle, pero que no pude aplastar lo suficiente.
Escaldada por la lección, llamé a un azulejero al que le expliqué lo que quería: todos pegados y juntos en el muro. Me fui a comer. Cuando regresé descubrí que al señor la idea de que estuvieran tan cercanos entre sí le parecía mala. Muy desordenada. No dejaba ver qué dibujo tenía cada uno, así que los pegó con tres centímetros de separación. Esa pared no se parece nada al Parque Güell, pero está bonita. Demasiado organizada, tal vez.
He usado la plastilina en lugar de mastique para las ventanas, con resultados mediocres; para tapar agujeros y para pegar la manija del refrigerador, un modelo de la época de Maricastaña. La manija me quedó mal, pero un miembro de la familia le hizo una con el mismo material: quedó casi idéntica a la original. Es decir, sí se pueden hacer manijas con la plastilina, siempre y cuando ésta caiga en manos de personas hábiles, no como yo.
Otro invento con el que he tratado de obviar al taladro es el velcro. He logrado, y comparto con el lector mi descubrimiento, fabricar mosquiteros con telas de urdimbre no muy cerrada sostenidas por marcos de velcro , en lugar de bastidores y malla de alambre. Este invento sí ha resultado, pero no es original y mi factura sigue siendo defectuosa. Mi amiga P., quien es en realidad Ciro Peraloca, ha hecho mosquiteros mejores y con acabados impecables.
Yo pensé que si el velcro podía servir para un mosquitero, ¿no serviría para las cortinas? Le advierto al lector: no lo intente si no quiere que sus cortinas parezcan papeles pegados a las ventanas.
He padecido también la fiebre de la pistola de silicón caliente. Esa pistola le da la sensación al que la usa de que no hay superficie que no pueda ser mejorada, pero después de una sesión agotadora, me di cuenta de que los cojines adornados con flores de tela son horribles.
He pintado murales, inventado herrerías inútiles, encargado libreros mal medidos y pegado diamantina morada en una silla que les deja el trasero a las visitas como si hubieran ido al carnaval de Río.
Si sigo así, pronto me contratará el delegado de mi colonia para encargarme la limpieza de las calles, porque en ese puesto, lo sé, hay alguien tan inútil como yo.
|