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Javier Sicilia
La literatura y la Biblia
La Biblia no es sólo el gran libro sagrado de Occidente, es también y, quizá por ello mismo, un gran libro literario que, junto con los libros de Homero, ha sido una fuente fundamental de mucha de la literatura occidental. El Evangelio mismo –el Nuevo Testamento en el orden bíblico– está preñado de las maravillosas historias –parábolas, es el género– con las que Jesús expresa su doctrina.
Pero, ¿por qué digo que la Biblia ha sido una fuente fundamental de la literatura de Occidente? Dos razones, sacadas de los grandes estudios que se le han dedicado al asunto, lo muestran. La Biblia ha inspirado a muchos de los grandes autores que escribieron libros alrededor de los temas y de las figuras bíblicas –Kafka, Joyce, Víctor Hugo, Faulkner, Melville, Saramago, Milton, Dante, Eliot, por nombrar sólo algunos–, pero también y quizá por lo mismo, la Biblia , al revolucionar la fe monoteísta de Israel revolucionó la literatura.
A diferencia de las literaturas mesopotámica y egipcia –en las que muchos de los grandes temas bíblicos se inspiraron–, en la literatura bíblica el lugar que ocupaban los dioses como figuras autónomas que interferían en el mundo de los hombres y la epopeya versificada como el vehículo literario que narraban los hechos fundacionales, fueron substituidos por un Dios único que, como lo señala el jesuita Jean-Pierre Sonnet, “en el misterioso plan [de la salvación] acepta por completo la libertad de los hijos de Adán” y –un hecho único en la literatura del Cercano Oriente antiguo, por una prosa narrativa que, mediante su juego complejo y abierto– permitía algo que escapaba al discurso especulativo y totalizador de la epopeya: “el encuentro de [ese] plan de Dios [con] la libertad de los hombres”.
Este hecho, que obligó al narrador a ser discreto en lo que concierne a las motivaciones de los personajes y a utilizar la elipsis, hizo que, como lo señala Robert Alter, “por vez primera en la literatura narrativa la significación [se concibiera] como un procesus, que requiere una continua revisión […], una constante suspensión del juicio, un tomar en cuenta las múltiples posibilidades de sentido y una atención sostenida en las lagunas de la información que da el texto”.
Sin esta forma profunda de lo abierto, mucho de lo mejor de la literatura occidental no sería nada. Por un lado, el cuerpo literario de Occidente aparece en muchas de sus grandes novelas y poemas –señala Sonnet– como “un palimpsesto”, como “un proceso indefinido de reescrituras de las intrigas recibidas de la Biblia”, un proceso que “trataba de paliar las indeterminaciones que engendraron las elipsis de la narración” y lo lacónico del narrador –de ahí, por ejemplo, que el libro de Jonás, el más pequeño de la Biblia , fuera reescrito por Baudelaire, Kafka, Melville, Tournier y otros más, o que la breve historia de José inspirara los cinco tomos de la novela de Mann, o que Beckett haya reescrito con Esperando a Godot el libro de Job. Por el otro, permitió el desarrollo de una literatura que se niega a la totalización y que se abre a la sugerencia, como la que se escribió a partir del uso que Henry James hizo del punto de vista.
Aunque –vuelvo a Sonnet–, la literatura moderna de Occidente haya torcido y profanado la Escritura, no la toca ni la “hace perder su tonalidad propia”. La Biblia, por su particular manera de mostrar la libertad del hombre y la incomensurabilidad de Dios que se mezcla delicadamente con esa libertad, “está hecha para descifrarse y resonar en otras letras y por ellas”. Es la muestra más clara de la inmensidad de Dios y de la libertad humana, siempre presentes y siempre inagotables en su misterioso acontecer.
A través de esas reescrituras y de esas maneras no totalizadoras de expresarse, que son el fundamento de la buena literatura –ambigua como la vida misma, decía Thomas Mann–, la vida espiritual continúa diciéndose con la misma poderosa inquietud que aparece en la Biblia, siempre indescifrable, siempre inquietante, siempre perturbadora. Sólo los integritas, es decir, aquellos que temen la libertad de los hijos de Dios y la profundidad del misterio divino que resuena en la Biblia, pueden creer, con la suficiencia de los imbéciles, que hay una interpretación absoluta de ella.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la APPO, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
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