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Verónica Murguía
Comiéndome las uñas
Una de los efectos más desagradables de la situación mundial es la sensación de zozobra que se ha filtrado en el ánimo de todos. Hasta las personas más flemáticas que conozco admiten su desasosiego. Los pesimistas, entre los que me cuento, ya no podemos dormir y, cuando lo logramos, tenemos pesadillas variadas. Los optimistas escasean y suelen ser vistos con desconfianza, pues ¿quién puede estar medianamente tranquilo ante la avalancha de malas noticias que nos agobia?
Algunas de estas noticias, además, están rodeadas por un halo de misterio que refuerza nuestra sensación de impotencia. “Cae el yen”, a ocho columnas, por ejemplo. ¿Qué podemos hacer ante ese lejano desastre? Yo, al menos, no he visto un yen en mi vida. Sólo conozco a dos japoneses, cuyas vidas transcurren en Estados Unidos, no en Japón. Aun así me daría vergüenza encogerme de hombros, pues no me gustaría que en Japón los lectores del Ahashi Shimbun reaccionaran con indiferencia al leer que México se está hundiendo en un pantano de violencia, corrupción y pobreza.
Cuando las noticias se refieren a la situación nacional, la cosa se pone más difícil. En primer lugar porque suelen abordar temas horrorosos, y pasan aquí, donde vivimos, trabajamos y nos comemos las uñas. En cambio, la diaria confirmación de la pasmosa vulgaridad de la clase política mexicana sería cosa de risa, si no fuera porque ellos deciden, y siempre a nuestras espaldas.
Si Felipe Calderón hubiera advertido en su campaña que se iba a enfrentar al narco en la forma que lo está haciendo, es decir, como el Borras, sin estrategias, sin inteligencia, sin armamento y sin haber limpiado a fondo las policías, ¿hubieran votado por él quienes lo hicieron?
Hasta donde recuerdo, prometió empleos y crecimiento económico. ¿Cuántas vidas y dinero se han perdido en esta guerra? Si los recursos destinados a la batalla contra el narco se emplearan en el campo y la educación, ¿no estaríamos mejor? ¡Imagínense! ¡La de muertes que nos hubiéramos ahorrado!
Si quería demostrar valor, audacia y fortaleza, hubiera legalizado las drogas, en lugar de hacer caravanas con sombrero ajeno. Los que mueren son, siempre, los otros: los narcomenudistas, los soldados, los policías, y los infortunados civiles que no tenían nada qué ver, pero que pasaban por ahí.
Hace poco Alfred Stieglitz, Premio Nobel de Economía, explicaba que con los millones de dólares que la administración de George Bush se ha gastado en la guerra, Estados Unidos hubiera podido solucionar el problema del desempleo y la falta de hogar de todos aquellos que viven en las calles de ese país. De todos. En cambio, la criminal administración Bush hundió al mundo en un caos económico, ha destruido dos países y puesto en la calle a miles de estadunidenses. Y Bush ¡tiene una pensión de por vida!
Como Vicente Fox, quien sigue con su incontinencia verbal, otro que daría risa si no fuera por la certeza que tenemos todos de que mucho de lo que sucede ahora se debe a él, a su puerilidad, a su codicia, a su corrupta parentela. Verlo en las portadas de las revistas de sociales declarando idioteces con cara de satisfacción, me da dolor de estómago.
Y ¿alguien me puede explicar la progresión del Partido Verde, esos bufones que hace años infestaron la ciudad con espectaculares que mostraban corridas de toros o cabezas de animales disecados con la leyenda “Nada lo justifica”, a ser los impulsores de la pena de muerte? ¿Nada justifica una corrida de toros, pero sí se respalda la ejecución de un ser humano? Otra manifestación de insensatez que daría risa en otro contexto. En éste, provoca cólicos hepáticos.
Ningún partido se salva. El pri es el de siempre y uy, ya se levanta de sus cenizas como un fénix asqueroso; el calendario de Lorena Villavicencio revela hasta qué punto el prd ha decaído; el panal es más de lo mismo, pero peor. Etcétera.
¿Qué podemos hacer los ciudadanos comunes y corrientes ante esta poderosa Corte de los Milagros?
Tal vez más que nunca, aunque parezca contradictorio, participar en la vida cívica. La verdad es que no sé por quién votar en las próximas elecciones, y por eso mismo he decidido ser más paciente con mis amigos y vecinos, hacer mi trabajo lo mejor que pueda, refrenar mi furia ante el tráfico y apoyar como pueda a quien emprenda algo que valga la pena. Ya sea regar una maceta, barrer la banqueta, o dar el asiento en el metrobús.
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