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Henning Mankell: de la saga al sentido
Jorge Alberto Gudiño Hernández
Foto: Erik Refner |
No se puede negar el carácter social de la literatura. Desde siempre, ha sido un instrumento para dar cuenta de lo que sucede en el mundo. Sociedades enteras se han visto retratadas a partir de la pluma de diversos autores. No siempre el retrato ha sido fiel, es cierto. Incluso, hay algunos que han pretendido llevar a cabo el juego del ocultamiento de forma tal que sólo los iniciados puedan desentrañar la identidad que se esconde tras el nombre de un personaje.
Una vertiente de la actualidad apunta a una narrativa cargada de análisis sociales, de denuncias que rozan los extremos de los manifiestos y lo panfletario. Por este camino van las novelas que se aprovechan de los contextos para configurar en ellos una trama. Algunos de los autores contemporáneos parecen avocados a la tarea de buscar un momento histórico polémico por naturaleza para aprovecharlo hasta su máxima expresión. No será necesario que lo contado tenga una gran calidad ni mucho menos. Sobre todo, porque ya han logrado su objetivo principal: ser leídos. Alcanzar ese escaño privilegiado en el que sólo tienen cabida aquellos que han logrado trascender el centenar de copias es, sin duda, una buena meta. Ganar fama para luego poder escribir lo que les venga en gana parece ser la consigna. También están los que hacen lo opuesto.
Henning Mankell (Estocolmo, 1948) es uno de ellos. Ser reconocido en gran parte del mundo occidental por las aventuras de Kurt Wallander, un detective sueco encasillado en el modelo del antihéroe, resulta un buen punto de partida. Hay miles de lectores que esperan la continuación de la saga, aun cuando todo haga parecer que Kurt le está pasando la batuta a su hija Linda.
Sin embargo, para los asiduos seguidores de esta novela policíaca, las cosas no han pintado bien en las más recientes entregas. Sucede que los Wallander han desaparecido. Tras una serie compuesta por una docena de títulos (En orden, la saga está compuesta por Asesinos sin rostro, Los perros de Riga, La leona blanca, El hombre sonriente, La falsa pista, La quinta mujer, Pisando los talones, Cortafuegos, Pirámide, El retorno del profesor de baile, Antes de que hiele. Todos se encuentran en Tusquets), los siguientes libros de Mankell no narran sus aventuras. Entonces la incertidumbre se apodera de aquellos que buscan ver al detective resolviendo un nuevo crimen, o que desean, en su fuero interno, que encuentre por fin la paz. A cambio de ello, cuatro novelas disímiles.
Primero El cerebro de Kennedy, una inquietante historia en la que, para no perder la costumbre, existe un misterio, un seguimiento de pistas para descubrir una verdad oculta. Sólo que dicho crimen va de lo particular a lo general. Ya no son Linda ni Kurt. Ahora toca el turno a Louise, una arqueóloga sueca que, de regreso de unas excavaciones en Grecia, llega a casa de su hijo para descubrir que ha muerto. El dolor llevado al límite es un sentimiento que los Wallander no han experimentado, al menos no de esa forma. Incapaz de creer el veredicto de los forenses que sostiene que Henrik se ha suicidado, inicia una odisea para desentrañar los misterios que se acumulan tras su muerte. Pandora contemporánea, se topará con obstáculos aterradores. Será en África que se enterará que su hijo investigaba sobre experimentos practicados a personas infectadas por el vih . Experimentos que, las más de las veces, parten de la inoculación misma del virus.
¿De qué manera se relaciona El cerebro de Kennedy con dos novelas de corte intimista como lo son Profundidades y Zapatos italianos? Cualquiera podría decir que de ninguna. La arqueóloga que investiga dando vuelta al mundo es más parecida a la juez que protagoniza El chino en tanto que también busca desentrañar un misterio; en este caso, el asesinato múltiple de todos los habitantes de un pequeño poblado. En alguna medida es cierto. Estas dos novelas están emparentadas por el proceso de búsqueda, porque dicho proceso descansa en dos mujeres, porque las claves para resolver el misterio las harán remontarse al pasado, a las raíces mismas del problema. Algo que, sin lugar a dudas, no sucede con el otro par de títulos.
Sin embargo, no importa. Porque incluso Zapatos italianos, la más extrema de sus novelas, en la que el protagonista ha decidido aislarse en una de las tantas islas del archipiélago sueco, comparte elementos comunes con las otras, con las protagonizadas por Wallander, incluso. Más allá de que el contexto sea Suecia, de que se logre seducir al lector a partir de un ambiente cargado de copos de nieve y soledad, Mankell consigue transmitir algo mucho más profundo que se sintetiza en dos postulados. Para él, sus personajes no pueden entenderse sino a partir de sus propios conflictos internos, y a partir de cómo dichos conflictos se relacionan con el mundo. Cuando se comprende eso, es posible concebir de una nueva forma la literatura de este autor. Porque una vez ingresados en sus mundos, nada resulta pueril. Es verdad, utilizó un medio poderoso para atrapar la atención de los lectores. La novela policíaca suele ser un sebo efectivo a la hora de lanzarse por las presas. Sin embargo, incluso dentro de esta saga y, por supuesto, mucho más allá de ella, es posible encontrar vestigios de una gran literatura. La que no se conforma con resolver misterios, remontarse al pasado, encontrar justificaciones en la guerra, en la venganza o en las crudas intenciones de las trasnacionales. No, mucho más que eso, la literatura de Mankell nos enseña que cada uno de esos elementos que se han ido desarrollando, más tarde o más temprano terminarán sacudiéndonos por completo. De ahí que la más insignificante pista dejada por un asesino cobre sentido al ubicarnos dentro de nuestra realidad.
Claro que tales propuestas no lo excusan de continuar la saga que muchos esperan impacientes.
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