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Teatro vs realidad, expresión vs producción
La tentación de lo urgente, más aún en vista de la coyuntura que la aldea global atraviesa hoy en día, torna en riesgo considerable cuando la vocación artística se concentra en indagar los problemas de la actualidad. Dicho riesgo es el mismo que ha auspiciado un sinnúmero de disputas chauvinistas a lo largo de la historia de nuestro arte nacional: el enfrentamiento entre elaboración e inmediatez y, en otro nivel, entre particularidad y universalidad. Acaso el período en que vivimos pudiera permitirnos formular un examen menos hacedero: la revisión de las nociones de producción y expresión. En tiempos tan críticos como los que corren, ¿debiera el artista privilegiar la producción –de sentido, de cierta estética específica– sobre la expresión –de una postura, de una idea respecto a las preocupaciones de las que se desprende ?
Actualmente conviven en la cartelera defeña un par de ejemplos que pudieran ilustrar lo antes expuesto, y cuyos cimientos y motivaciones bien valdría la pena repasar.
El primer caso es Cabaret Noir, de la Compañía Género Menor, que se presenta dentro de una temporada de repertorio en el Teatro El Galéon. Liderada por Roam León y Paola Izquierdo, la compañía ha creado una puesta que homenajea y parodia la narrativa policíaca, para blandir una crítica de los excesos de la clase en el poder. Un detective torpísimo y misógino pero afortunado (el propio León), se ve inmiscuido en una intriga a raíz de su involucramiento con una mujer cuya evidente condición transexual no puede percibir (Gustavo García Proal). Su apasionamiento lo lleva a competir, junto con un empresario voraz (Izquierdo) y una serie de incidentales (Eduardo Candás) por hallar una pieza valiosísima, el Águila Negra, que ha desaparecido misteriosamente.
Pronto queda claro que el ave de marras y la pugna por ella son una metáfora del petróleo nacional y de la disputa política por su control. Si la puesta funciona y atrapa es justamente por todo lo que metaforiza, en clave de noir, de un tema que no ha fomentado moderación precisamente. Los elementos formales de la dramaturgia son entonces los típicos del relato policíaco, y su traslado simbólico a un asunto de actualidad encuentra su sentido en una ficción que, pese a su evidente cariz politizado, se enriquece con sus referentes literarios; poco hay de obviedad –salvo un pasaje sobre nuestra historia petrolera francamente panfletario– y mucho de una elusividad gozosa. Las actuaciones del elenco entero, el tempo narrativo y las contribuciones de la música en vivo, hacen que la propuesta equilibre la beligerancia de sus preocupaciones políticas con el ingenio de su elaboración.
Fotos de Yazmin Ortega Cortés |
En contraparte, Peregrino Teatro presenta en el Teatro La Capilla I love Sodoma, escrita y dirigida por David Herce. Se insinúa de entrada que se retomará, más que el pasaje bíblico, la obra libertina del Marqués de Sade, para abordar la corrupción de esta suave patria. La primera escena prefigura lo que la puesta ha de ser: un grupo de actores, ataviados a la manera de algunos estereotipos sociales (una tehuana fridakahlesca, un juez, un soldado), componen una coreografía expresionista y robotizada. Se nos indica con ello, sí, que somos marionetas del sistema. De allí todo deviene un ejercicio en torno a la influencia nefasta de los medios en la vida nacional, centrado en la rebelión (recordemos Atenco) de una aldea ficticia, la Sodoma del título. El uso del video es sintomático: su reproducción de la estética de los noticieros de tv Azteca es tan lograda que consigue superar en verismo a su propia fuente. No hay entonces un distanciamiento del tema abordado ni de los actores sociales criticados y/o parodiados. Si se quiere ridiculizar y denunciar el amarillismo de la tv , se reproducen fielmente sus formatos; si se quiere exponer la corrupción del sistema judicial, se nos presenta a un grupo de jueces masturbándose en escena –con la venia que implica inspirarse en Sade. Acaso Herce consiga escandalizar y despertar la conciencia de algunos incautos, pero lo cierto es que su producto, disparejo actoral y estructuralmente, se siente envejecido pese a la actualidad de sus motivaciones. Acaso allí se perfile otra discusión inexhaustible: lo que de mocedad y frescura pierde el teatro cuando supone que tales virtudes están dadas por el simple hecho de vincularse con la actualidad que lo suscita.
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