Colofón
Arnoldo Kraus
Aunque con frecuencia deparó sorpresas, lo único que no se le puede reclamar al licenciado Vicente Fox es que siempre fue él mismo. Navegó repitiendo sandeces y acomodándose a las situaciones. Se desdibujó, cuando Marta, su esposa, lo precisaba. Habitó un país que no era el suyo y que los realistas llamaron Foxilandia. Nos ridiculizó muchas veces en el extranjero y se arrodilló cuando los estadunidenses lo solicitaban. Cuando hablaba fuera de programa mostraba cuán inculto era, y cuando las fieras le tendían trampas caía como lechón.
Prometió ad nauseam y habló más de la cuenta. No honró ni a su nación ni a su apellido: una buena dosis de astucia hubiese sido necesaria. Como la de la zorra del poeta griego Arquíloco: "Muchas cosas sabe la zorra, pero el erizo sabe una sola y grande." Fox sabía que deseaba ser presidente y lo intentó. Su contumacia y la falta de buenos consejos lo hundieron: al inició pidió quince minutos para arreglar el conflicto en Chiapas con el ezln y al final desapareció cuando Oaxaca lo reclamaba. Entre Chiapas y Oaxaca prevalecen los dolores sobre las curas.
Marta, en cambio, sabía que entre la astucia y las peroratas de su marido había un abismo infranqueable. Decidió que la única forma de defender al país sería ejerciendo la presidencia. Y lo hizo. Ante Marta, Fox fue fiel a sí mismo: le entregó las riendas de la nación. No nos traicionó.
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