Peor que lo más malo
Luis Tovar
El hartazgo y la desesperación pueden sugerir que hay razones para estar contentos, considerando que por fin se acaba la reiterada, perjudicial, faraónica incapacidad de Vicente Fox para cumplir siquiera con regular eficiencia incluso la más pequeña de las responsabilidades a las que estaba obligado en el cargo que ocupó los últimos seis años y que, ahora lo sabemos, más habría valido que quedara acéfalo.
Podría soltarse un suspiro de alivio, tomando en cuenta que por fin se va la lengua sin freno, torpísima, inoportuna, dizque simpática, irreflexiva, ignorante, populachera, mendaz, engolosinada con su propio ruido, que perjudicándose a sí misma desdoró sin remedio la institución gracias a la cual se le escuchaba, y que para ese mayúsculo empobrecimiento contó con un asistente ridículo hasta dar náusea.
La ingenuidad y una esperanza que no por carecer de sustento deja de ser necesaria, pueden fabricar la ilusión de que, yéndose la contumaz ineficiencia de esa caterva igual de impreparada, indigna, ineficiente, indolente y amoral que aquel a quien le debe salarios y nombramientos jamás merecidos, acabada su perniciosa presencia, este país dejará de irse al despeñadero.
Podría pensarse que llegó la hora de hacer un balance de los errores, los excesos, los abusos, los problemas irresueltos, las omisiones, las intolerancias, las regresiones, las transas, las complicidades, los encubrimientos, los fraudes, los desaparecidos, los muertos
y cargarlos únicamente a la cuenta de quienes están a punto de cumplir seis años confundiendo la detentación del poder con el acto mucho más complejo, sutil e inteligente de gobernar.
Podría decirse, como ha venido sucediendo desde hace ya varios sexenios, que lo mejor de éste a punto de concluir es, precisamente, que ya se termina.
Pero no, porque lo peor está por venir.
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