SIN PAR
El escritor piensa en los escritores que escriben sobre escritores que piensan en su oficio. Piensa (esa tarde de pájaros) en el muro de piedra de la escritura. Levanta los ojos, pensando, para ver más allá de ese muro de piedra. Quiere ver las aguas del lenguaje: si mansas, si mostrencas. Quiere mojar su pensamiento en esas aguas un instante, al menos. En una hora incierta el escritor, como es obvio, no puede evitar pensar en mí. Me imagina o ve escribiendo en mi escritorio de la calle Russell, de espaldas a la ventana que da al muro de piedra de la escritura. Como le intriga saber a dónde voy con mis palabras, se levanta de su silla y avanza diez pasos hacia mí. No alcanza a mirar sobre mi hombro lo que escribo, pero antes de volver sus pasos se da cuenta de que mis papeles vacíos están pensando en él.
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