Una forma brutal de desgobernar
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Una forma brutal de desgobernar
Fernando del Paso
Todo el mundo sabe –o debería saber– que la educación va mucho más allá de enseñar a leer y escribir, o de enseñar la lengua, la aritmética, la geografía o la historia. Educar es también –en una democracia, o presunta democracia, como la nuestra– preparar a los individuos y a las sociedades a convivir, a protegerse, a asumir con responsabilidad y plena conciencia su libertad, entre otro sinnúmero de cosas. En la televisión mexicana, el Canal 11 cumple, en buena medida, con este cometido. Algo –o más bien mucho– hacen también el Canal 22 y Proyecto 40, tvunam. A estos canales mexicanos se agrega uno extranjero –y norteamericano para mayor abundancia– que es cnn en español. Pero sólo el Canal 11 tiene difusión nacional. Los demás sólo se transmiten por cable y por lo mismo su alcance es muy limitado, y no sólo desde el punto de vista geográfico, sino también social: los pobres no pueden pagar el cable y a la mayoría de la clase media baja, aunque pudiera, no le interesa hacerlo. Por otra parte confieso, a pesar de ser agnóstico, que reconozco la excelencia de algunos spots de la llamada Campaña Católica de la Comunicación, los cuales, sin hacer el menor proselitismo, han tenido éxito al enviar a los televidentes mensajes destinados a promover el amor, la cohesión familiar y la amistad.
Pero los programas y los spots de estos canales no son sino islas, muy distantes entre sí, en el inmenso océano de la vulgaridad y rastacuerismo que es la televisión mexicana. Pequeños oasis perdidos en un desierto de violencia y bazofia.
Algo, sí, hace el imss para la prevención de ciertas enfermedades como la diabetes y los trastornos cardíacos. Algo también algunas secretarías para anunciar los servicios que ofrecen al ciudadano. Para recordarle, también, sus obligaciones. Y de paso, se autopublicitan. Las televisoras privadas, las grandes, incluyen uno que otro programa "de opinión" en un intento de demostrar que la libre expresión tiene cabida en sus transmisiones. Pero esto no basta. Está muy lejos de bastar. Bien dijo Emilio Azcárraga –el Tigre, no el Tigrillo– que la televisión –la mexicana, por supuesto, la suya– era para los jodidos. Sigue siendo para los jodidos.
Ignoro la fecha en la que el Estado mexicano se apropió, para su explotación y su beneficio, del 12.5 por ciento del tiempo de los medios audiovisuales. Pero sí sé que fue el gobierno de Vicente Fox en que renunció al ochenta por ciento de ese tiempo y lo entregó a los medios privados.
Este 12.5 por ciento no debió nunca utilizarse, como se hizo siempre, para la autopropaganda del gobierno y del partido en el poder, y tampoco para hacer "horas nacionales" repletas de cursilería y patriotismo. Sin embargo, esta fue la clara intención de quienes durante décadas detentaron y le sacaron jugo a esa apropiación. La llegada de Fox al poder fue la oportunidad para que su gobierno renunciara a este privilegio y lo transformara en una obligación: la de contribuir a la difusión de la educación –en todas sus facetas– y de la cultura en México.
Campañas, programas y spots contra la violencia familiar, para fomentar la civilidad, la cortesía, la solidaridad, el ahorro, el control familiar; contra el alcoholismo y el tabaquismo; para promover el ahorro del agua, a favor de la tolerancia y la cooperación. Campañas, programas y spots para prevenir el sida, para denunciar los abusos de las autoridades, para no echar basura en las alcantarillas, para denunciar también a la Profeco los abusos de los comerciantes, para alertar contra el uso de los productos cosméticos y medicinales y aparatos de ejercicios que hacen falsas promesas o que se anuncian como panaceas, cirugías plásticas y liposucciones que ponen en peligro la vida; el riesgo de los abortos clandestinos; para cuidarse de cajas de ahorro fraudulentas y de universidades patito... La lista es interminable. Y muchos, muchos programas culturales, culturales de verdad, elaborados con talento, accesibles, entretenidos, inteligentes, atractivos, apolíticos. De ésos que nunca ha producido, ni producirá jamás la televisión privada de nuestro país.
Cancelar esa maravillosa posibilidad de aculturar y educar a un pueblo dolorosamente ignorante, miserablemente inculto y dejado no de la mano de Dios, sino del gobierno; renunciar a un derecho ya conquistado que implica –debería haber implicado siempre– una obligación contundente es, ha sido, una de las formas más graves y brutales de desgobernar al país en este sexenio a punto de terminar.
Y a esto se agrega –¡pobre México!– el veto a la propuesta Ley del Libro y, por si fuera poco, la aprobación unánime por uno de los Congresos más indecentes que ha tenido México en su historia, de la Ley Televisa destinada a silenciar a las universidades y otras instituciones, a grupos étnicos, impidiéndoles el acceso a la expresión audiovisual, y reservando este otro privilegio a los empresarios ricos y a los poderosos para que prosigan deseducando y desculturizando, desalfabetizando y despolitizando a los jodidos, a los no muy jodidos y a los nada jodidos, acostumbrados todos por igual a digerir, todos los días, la escoria que les proporcionan las televisoras privadas mexicanas. Sí, pobre México, tan lejos de la educación y la cultura, y tan cerca del abismo.
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