Se van
Verónica Murguía
Se va, por fin, porque no hay sexenio que dure cien años, ni mexicano que lo soporte. Se va, muy orondo, con la boca llena de sandeces dizque tranquilizadoras o bravuconadas indignas y deja el país en manos de nuestros peores enemigos: el narco, la corrupción, la ineptitud y la miseria, mientras él y su mujer se felicitan mutuamente por su buen desempeño, sentados sobre una montaña de oro, Rico Mac Pato y una gansa ambiciosa. Se va, y deja detrás a una Iglesia degradada y venal que ha olvidado las palabras evangélicas: "Cualquiera que escandalizare a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera que se atase una piedra de molino al cuello, y fuera echado en el mar", que favorecida por su desgobierno devoto e hipócrita se atreve a alzarse la sotana en público mientras le recomienda a los agraviados que olviden.
Se va, farfullando majaderías, envuelto por un tufo de falsa sencillez diciendo que "todo está bien" frente a una pila de cadáveres, de pobres de solemnidad, de tragedias sin solución.
Se va de viaje de placer mientras el país se hunde en una crisis más, y fanfarronea y dice que ya va de salida, que a él que le importa, como si le hubiera importado nunca.
Se van, por fin, los dos, porque no sólo tuvimos que aguantarlo a él: también la soportamos a ella, la voraz imitadora de Eva Perón, la beata feroz, la autoritaria, timadora amenazante, vestida de lujo, amiga de Maciel. Se van, a vivir felices con el dinero de la pensión, de los negocios invisibles, del sueldo el doble de lo que cobraba el presidente Zedillo, algo pudieron ahorrar, de las transas de los hijastros. Se van, y se agradece. Tal vez sea lo único bueno que han hecho en estos años, irse, mucho, pero mucho.
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