La náusea
Hugo Gutiérrez Vega
He buscado muchas palabras para expresar las sensaciones que me produce el final de uno de los sexenios presidenciales (en este caso, bisepresidenciales) más funestos de la historia de nuestro país. No quiero exagerar el tono e intento, sin éxito, calmarme y escribir con lo que Voltaire llamaba "una pluma fuerte, pero tranquila".
No lo he logrado, pues las palabras se agolpan en mi vapuleado cerebro (supongo que algo parecido les sucede a muchos mexicanos). Aparecen como chispazos términos como desencanto, desilusión, repugnancia ante la mendacidad como forma de desgobierno, burla de la monumental ignorancia de la pareja presidencial, pena ajena ante sus dislates, insensateces y torpezas retóricas. Predomina una terrible sensación que viene de los laberintos del pensamiento sartreano: la de la náusea.
Me la producen la ineptitud y la desvergüenza, pero, sobre todo, la mala fe y la perversidad con la que se incrementaron los horrores del neoliberalismo (en este país hay más de 40 millones de miserables), se apoyó a los grandes empresarios, se mintió sobre la supuesta obra social, se degradó al máximo la política exterior, creció la violencia en Michoacán, Atenco y Oaxaca, se limitó la capacidad de negociación de la secretaría del interior encabezada por un fundamentalista sin imaginación, se retrocedió en materia de educación pública, se mintió en todo lo referente a la política social y se agravó la situación de los miserables, especialmente los pueblos indígenas.
"Gobierno que deja comer de más a sus barones es, a la postre, un rehén, un esclavo de esos insaciables empresarios", decía Almeida Garrett. El gobierno de Fox, desde el principio se entregó a los barones y rindió las armas ante el poder imperial.
Se cometieron fraudes electorales, se violaron los principios democráticos, se instaló en Palacio un Bizancio de pulquería con lujos estrambóticos, corruptelas, intrigas, latrocinios y maniobras arteras. El titubeante y clericaloide vocero presidencial sólo agravó los errores y dislates de sus patrones y, por último, el pri, aliado de los panistas, balcanizó al país al consolidar el cacicazgo prepotente e impune de sus gobernadores.
Despido a estos politicastros funestos con una palabra: Náusea. La digo y me invaden el desaliento y la rabia. La repito: náusea, y me quedo callado.
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